PERFECCIÓN // Capítulo 19

TRADUCIDO POR: SIDONIE♥

TRITURADORA


El taller no estaba lejos del hospital, en el extremo posterior de Ciudad Nueva Perfecta donde los dos tramos del río se unían. A estas alturas de la noche, los tornos, las mesas de imagen y los moldes de inyección permanecían sin usar, el lugar casi vacío. La única luz provenía desde la otra punta del taller, donde una perfecta-mediana estaba soplando cristal fundido dándole forma.

“Hace muchísimo frío aquí,” dijo Tally. Ella podía ver las palabras saliendo de su boca en el suave brillo rojo de las luces de trabajo. La lluvia había parado finalmente mientras ellos estaban consiguiendo que los Crims se prepararan para huir, pero el aire todavía era húmedo y frío. Incluso dentro del taller, Tally, Fausto y Zane estaban acurrucados en sus abrigos de invierno.

“Normalmente tienen los hornos para fundir en marcha,” dijo Zane. “Y algunas de estas máquinas alcanzan una tonelada de calor.” Él apuntó hacia las dos partes del taller que estaban abiertas en la noche. “Pero la ventilación significa no tener paredes inteligentes, ¿ves?”

“Veo.” Tally tiró de su abrigo más fuerte a su alrededor, alcanzando un bolsillo para subir su calentador.

Fausto señaló una máquina que parecía una prensa enorme. “Hey, recuerdo haber jugado con una de esas antes en la escuela de feos, para clase de diseño industrial,” dijo Fausto. “Nosotros hacíamos esas bandejas de almuerzo con cuchillas en la parte baja, para deslizarse por la nieve.”

“Es por eso que te traje,” dijo Zane, guiando a Tally y Fausto a través del suelo de hormigón.

La parte baja de la máquina era una mesa de metal, que parecía estar grabada con un millón de puntos diminutos. Paralela a la mesa estaba suspendida una extensión de metal idéntica.

“¿Qué? ¿Quieres usar una trituradora?” Fausto levantó sus cejas. Zane no les había dicho todavía lo que pasaba, pero a Tally no le gustaba la pinta de la enorme máquina.

O su nombre, en realidad.

Zane dejó el cubo de champán que había traído, salpicando el suelo de agua helada. Sacó una tarjeta de memoria de un bolsillo y la metió en la ranura lectora de la prensadora. La máquina cargó su sistema operativo, las luces parpadeando sobre en borde y el suelo retumbando fuertemente bajo los pies de Tally.

Una onda pareció pasar a lo largo de la mesa, una ola viajando a través de la superficie como si el metal se hubiera convertido de repente en líquido y con vida.

Cuando el movimiento disminuyó, Tally miró más de cerca la superficie de la trituradora. Los diminutos grabados que parecían puntos eran en realidad las puntas de finas varas, las cuales podían subir o bajar para hacer formas. Ella pasó sus dedos a lo largo de la mesa, pero las varas eran tan finas y estaban tan perfectamente alineadas, que se sentía como metal liso. “¿Para qué es?

“Aplastar cosas,” dijo Zane. Él pulsó un botón, y la mesa saltó a la vida otra vez, una diminuta colección simétrica de montañas subiendo en su centro. Tally se dio cuenta de que habían aparecido cavidades idénticamente formadas en la superficie alta de la trituradora.

“Hey,” esa es mi bandeja de almuerzo,” dijo Fausto.

“Por supuesto. ¿Pensabas que lo olvidé? Estas cosas eran imponentes para ir en trineo,” dijo Zane felizmente. Él sacó una lámina de metal de debajo de la máquina y alineó cuidadosamente sus bordes a los de la mesa.

“Sí. Siempre me pregunté por qué ellos nunca las producían en masa,” dijo Fausto.

“Fabricación demasiado burbujeante,” dijo Zane. “Aunque apuesto a que algunos feos las reinventan cada pocos años. Atención. Voy a dispararla.

Los otros dos dieron un sensato paso atrás.

Zane agarró dos palancas al final de la mesa, tirando de ambas al mismo tiempo. La máquina hizo un ruido sordo durante una fracción de segundo, luego saltó repentinamente en movimiento, la mitad superior se cerró de golpe con la parte inferior con un sonoro clang. El sonido resonó a través del taller, y los oídos de Tally aún estaban zumbando cuando las mandíbulas de la trituradora se separaron lentamente para revelar la lámina de metal.

“Encantador, ¿no?,” dijo Zane. Él levantó la lámina, cuyos contornos habían sido cambiados a una nueva forma con el impacto. Parecía una bandeja del almuerzo ahora, con pequeñas secciones para dividir una comida en ensalada, principal y postre. Girándola sobre las manos, Zane pasó un dedo por los surcos que marcaban la parte baja de la bandeja. “Sobre buena nieve en polvo podría ir a mil kilómetros por hora en estas pequeñas.”

La cara de Fausto se volvió pálida. “No funcionará, Zane.”

“¿Por qué no?”

“Demasiada seguridad. Incluso si pudieras conseguir a uno de nosotros para-”

“¿Estás de coña, Zane?” Tally gritó. “Tú no vas a meter tu mano ahí. ¡Esa cosa te la arrancará!”

Zane sólo sonrió. “No, no lo hará. Como dijo Fausto: demasiada seguridad.” Él sacó la tarjeta de memoria de la ranura de lectura de la trituradora y metió otra. La mesa ondeó de nuevo, saliendo un grupo de crestas afiladas en sus bordes, como una hilera de dientes. Él puso su muñeca izquierda a lo largo de las mandíbulas de metal. “Es difícil decir con el guante puesto, pero ves donde cortará la pulsera?”

“¿Pero qué pasa si falla, Zane? Dijo Tally. Ella tuvo que luchar para mantener su voz baja. Sus pulseras estaban cubiertas como de costumbre, pero ella no quería que la perfecta-mediana de la otra punta del taller los oyera.

“No falla. Puedes aplastar partes para un cronómetro con estas cosas.”

“No funcionará en absoluto.” Fausto proclamó. Él puso su propia mano bajo la trituradora. “Dispárala.”

“Lo sé, lo sé,” dijo Zane, agarrando las palancas y tirando.

“¿Qué?” Tally gritó horrorizada, pero la máquina no se movió. Una hilera de luces amarillas brillaron en torno a sus bordes, y una metálica voz industrial dijo, “Despejar, por favor.”

“Detecta humanos,” dijo Fausto. “Calor corporal.”

Tally tragó saliva, su corazón palpitando en su pecho mientras Fausto retiraba su mano de debajo de la prensadora. “¡No hagas eso!”

“Y aún si la trucas, ¿cuál es el punto?” continuó Fausto. “Sólo aplastará la pulsera, lo cual cortará tu mano.”

“No a cincuenta metros por segundo. Mirad aquí.” Zane se inclinó sobre la mesa, pasando un dedo a lo largo de la formación de dientes que había programado. “Este borde lo cortará, o al menos lo golpeará lo suficientemente fuerte como para destruir cualquier cosa que esté dentro. Nuestras pulseras serán sólo pedazos de metal muerto después de que estas cosas lo golpeen.”

Fausto se inclinó para mirar más de cerca, y Tally le dio la espalda a la vista de ellos con sus cabezas entre las mandíbulas de metal. Metal muerto. Ella miró fijamente a la sopladora de cristal de la otra punta del taller. Ignorante a su loca conversación, la mujer estaba sosteniendo tranquilamente un pedazo de cristal dentro de un pequeño horno radiante, girándolo lentamente sobre la llama.

Tally caminó hacia la mujer hasta que estaba fuera del alcance de los oídos de Zane y Fausto, entonces destapó su pulsera. “Llamar a Shay.”

“No disponible. ¿Mensaje?”

Tally frunció el ceño, pero dijo, “Sí. Escucha, Shay, ya sé que éste es mi décimo-octavo mensaje hoy, pero tienes que contestar. Siento que te estuviéramos espiando, pero…” Tally no sabía qué añadir, suponiendo que los guardianes – tal vez incluso los Especiales – podrían estar escuchando. Ella podía difícilmente explicar que ellos se iban a escapar esa noche. “Pero estamos preocupados por ti. Respóndeme tan pronto como puedas. Necesitamos hablar... cara a cara.”

Tally se despidió y volvió a enrollar la bufanda alrededor de su muñeca. Shay, Ho y Tachs – los Cutters – habían llevado a cabo un gran acto de desaparición, negándose a contestar ningún mensaje o llamada. Probablemente Shay estaba de mal humor por haber espiado su ceremonia secreta. Pero con suerte uno de los Crims los encontraría y les contaría sobre la fuga de esa noche.

Tally y Zane han pasado la tarde haciendo que todos se preparen. Los Crims habían empacado y estaban posicionados alrededor de la isla, preparados para empezar a moverse una vez la señal de que Tally y Zane eran libres viniera desde el taller.

La mujer sopladora de cristal había terminado de calentarlo. Ella sacó de la masa incandescente del horno y empezó a soplar dentro de ella a través de un largo tubo, haciendo que el material fundido burbujee en formas sinuosas. Muy a su pesar Tally volvió la espalda a la vista y regresó a la trituradora.

“¿Pero qué pasa con la seguridad?” Fausto estaba argumentando.

“Puedo deshacerme de mi calor corporal.”

“¿Cómo?”

Zane le dio una patada al cubo de champán. “Treinta segundos en agua helada y mi mano estará fría como un trozo de metal.”

“Sí, pero tu mano no es un trozo de metal,” Tally gritó. “Y tampoco la mía. Ese es el problema.”

“Mira, Tally, no te estoy pidiendo que vayas primero.”

Ella negó con su cabeza. “No boy a hacerlo en absoluto, Zane. Tampoco tú.”

“Ella tiene razón.” Fausto estaba mirando fijamente a los dientes de metal surgiendo de la mesa, comparándolos con sus gemelos sobresaliendo hacia debajo de la mitad superior. “Altas calificaciones por un buen diseño, pero poner tu mano ahí es una locura. Si has calculado mal por un centímetro, la trituradora golpeará el hueso. Ellos nos lo decían en clase de taller. La onda expansiva viajará por todo tu brazo, haciendo añicos todo por el camino.

“Hey, si falla, ellos me volverán a juntar. Y no falla. Incluso hice un molde diferente para tu mano, Tally,”dijo Zane, agitando otra tarjeta de memoria. “Ya que tu pulsera es más pequeña.”

“Si esto sale mal, ellos nunca te arreglarán,” dijo ella en voz baja. “Ni siquiera el hospital de la ciudad puede reconstruir una mano aplastada.”

“No aplastada,” dijo Fausto. “Tus huesos estarán licuados, Zane. Eso significa que el impacto los fundirá.”

“Escucha, Tally,” dijo Zane, alcanzando la botella para sacarla del cubo de champán. “Yo tampoco quería hacer esto. Pero tuve un ataque esta mañana, ¿recuerdas?” Él hizo saltar el corcho.

“Tú tuviste un qué?” dijo Fausto.

Tally negó con su cabeza. “Tenemos que encontrar alguna otra forma.”

“No hay tiempo,” dijo Zane, tomando un trago de la botella. “ así que, Fausto, ¿ayudarás?”

“¿Ayudar?” preguntó Tally.

Fausto asintió lentamente. “Se necesitan dos manos para activar la trituradora – otro característica de seguridad, así tú no puedes dejar una dentro por accidente. Él necesita una de las nuestras para tirar de los gatillos.” Fausto cruzó sus brazos. “Olvídalo.”

“¡Y yo tampoco te voy a ayudar!” dijo Tally.

“Tally.” Zane suspiró. “Si no dejamos la ciudad esta noche, podría también meter mi cabeza ahí. Estos dolores de cabeza han estado produciéndose cada tres días o así, y ahora se están volviendo peores. Tenemos que irnos.”

Fausto frunció el ceño. “¿De qué estás hablando?”

Zane se giró hacia él. “Algo está mal con migo, Fausto. Es por eso que tenemos que irnos esta noche. Creemos que los Nuevos Smokies pueden ayudarme.”

“¿Por qué los necesitas a ellos? ¿Qué está mal con tigo?”

“Lo que está mal con migo es que esto curado.”

“¿Qué?”

Zane respiró hondo. “Ya ves, nosotros tomamos esas pastillas…”

Tally gimió y se dio la vuelta, dándose cuenta de que otra línea estaba siendo cruzada. Primero Shay, y ahora Fausto. Tally se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que todos los Crims supieran lo de la cura. Lo cual sólo haría más urgente para ella y Zane escapar de la ciudad, sin importar lo que ellos tuvieran que arriesgar.

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Tally observó a la sopladora de cristal con creciente infelicidad. Ella podía percibir la incredulidad de Fausto desvaneciéndose mientras Zane explicaba lo que les había pasado a ellos dos durante el último mes: las pastillas, la creciente blubbliness de la cura, y los atroces dolores de cabeza de Zane.

“¡Entonces Shay tenía razón sobre vosotros!” dijo él. “Es por eso que son tan diferentes ahora…”

Shay había sido la única en pedirle explicaciones por ello, pero todos los Crims deben haber visto los cambios y preguntado que había pasado. Todos ellos querían la nueva extraña bubbliness que Tally y Zane tenían.
Ahora que Fausto sabía que la cura existía, que era tan simple como tragar una pastilla, tal vez arriesgar un par de manos en la trituradora no le parecía tan desquiciado.

Tally suspiró. Quizás no fuera una locura. Esa misma mañana ella había retrasado el llevar a Zane al hospital, esperando fueran bajo la lluvia durante lo que podrían haber sido unos preciados minutos – arriesgando su vida, no sólo una mano.

Ella tragó saliva. ¿Cuál fue la palabra que había usado Fausto? ¿Licuadas?

El objeto de cristal estaba creciendo en el agarre de la mujer, burbujeando en esferas superponiéndose que parecía sumamente delicado, imposible de reparar si se hacía añicos. La mujer sostenía la incandescente forma cuidadosamente; algunas cosas no podían ser arregladas si las rompías.

Tally pensó en el padre de David, Az. Cuando la Dra. Cable había tratado de borrarle la memoria a Az, el proceso lo había matado. La mente era incluso más frágil que una mano humana – y ninguno de ellos tenía una pista de lo que estaba pasando dentro de la cabeza de Zane.

Ella miró hacia su propio guante izquierdo, flexionando lentamente sus dedos. ¿Era ella lo suficiente valiente para meterla en las mandíbulas de metal de la trituradora? Tal vez.

“¿Estás seguro que podemos encontrar a los Nuevos Smokies allí fuera?” Estaba diciéndole Fausto a Zane. “Pensaba que nadie los había visto en un tiempo.”

“Los feos con los que nos encontramos esta mañana dijeron que había signos de que habían vuelto.”

“¿Y ellos pueden curarte?”

Tally lo oyó entonces en la voz de Fausto – él estaba justificándose a sí mismo en voz alta, sin prisas pero sin pausa, y finalmente estaría de acuerdo en activar la trituradora. Incluso tiene sentido totalmente, en una forma horrible. Había una cura para la condición de Zane en algún sitio fuera en la naturaleza, y si ellos no lo llevaban hasta ella, él estaba casi muerto, de todas formas.

¿Qué era arriesgar una mano?

Tally se giró y dijo, “Yo lo haré. Yo tiraré de las palancas.”

Ellos la miraron en horrorizado silencio durante un momento, luego Zane sonrió. “Bien. Preferiría que fueras tú.”

Ella tragó saliva. “¿Por qué?”

“Porque confío en ti. No quiero estar temblando.”

Tally respiró hondo, luchando para ocultar las lágrimas de sus ojos. “Gracias, supongo.”

Hubo un momento de incómodo silencio.

“¿Estás segura, Tally?” dijo finalmente Fausto. “Yo podría hacerlo.”

“No. Debería ser yo.”

“Bueno, no tiene sentido esperar.” Zane dejó caer su abrigo de invierno al suelo. Desenrolló su bufanda de su muñeca y se sacó el guante que había cubierto su pulsera. Su desnuda mano izquierda parecía pequeña y frágil al lado de la oscura masa de la trituradora. Zane cerró el puño y lo metió en el cubo helado, haciendo una mueca de dolor cuando el agua helada empezó a chupar su calor corporal. “Prepárate, Tally.”

Ella echó un vistazo a sus mochilas en el suelo, buscó para asegurarse de que llevaba su sensor ventral, revisó una vez más las aerotablas al final del taller; los cables bajo las tablas estaban arrancados, desconectados de la red urbana. Ellos estaban listos para irse.

Tally miró su pulsera. Una vez estuviera destruida la de Zane, la señal rastreadora estaría interrumpida. Ellos tendrán que repetir con la suya enseguida y ponerse en movimiento. Ellos tendrían una larga carrera hasta alcanzar el límite de la ciudad.

Dos docenas de Crims esperaban por toda la isla, preparados para dispersarse en la naturaleza y atraer persecución en cada dirección. Cada uno llevaba una vela Católica con una especial mezcla de colores – púrpura y verde – para extender la señal una vez Zane y Tally fueran libres.

Libres.

Tally miró los controles de la trituradora y tragó saliva. Las dos palancas estaban hechas con un plástico amarillo alegre brillante y con forma como los joysticks de videojuegos, cada uno con un grueso gatillo. Cuando ella los agarró, el poder de la inactiva máquina vibró en sus manos, como el estruendo de un avión suborbital pasando por encima de la cabeza.

Ella intentó imaginarse a si misma tirando de los gatillos, y no podía. Tally se había quedado sin argumentos, sin embargo, y el tiempo para discutir se había pasado.

Después de treinta largos segundos en el agua helada, Zane sacó su mano.

“Cierra tus ojos en caso de que el metal se haga añicos. El frío lo hará quebradizo,” dijo Zane con una voz normal. No importaba lo que la pulsera oyera ahora, se dio cuenta Tally. En el momento en que alguien comprendiera lo que estaban hablando, ellos estarían volando a toda velocidad hacia las Ruinas Oxidadas.

Zane puso su muñeca en el borde de la mesa, cerrando sus ojos fuertemente. “Ok. Hazlo.”

Tally respiró hondo, sus manos temblando sobre los controles. Ella cerró sus ojos y pensó, Ok, hazlo ahora…

Pero sus dedos no obedecieron.

Su mente empezó a dar vueltas, pensando en cada cosa que podía ir mal. Ella se imaginó llevando a Zane volando al hospital otra vez, su brazo izquierdo una masa de gelatina. Imaginó a los Especialistas irrumpiendo en ese momento y deteniéndolos, al haber comprendido lo que ellos estaban haciendo. Se preguntó si Zane había hecho todas las medidas correctas, y si él se había acordado de que la pulsera habría encogido un poco con el agua helada.

Tally hizo una pausa en ese pensamiento, pensando que tal vez debería preguntarle. Ella abrió sus ojos. La pulsera mojada brillaba tenuemente como una pieza de oro con las luces amarillas de funcionamiento de la trituradora.

“Tally… ¡hazlo!”

El frío haría contraerse al metal, pero el calor… Tally echó un vistazo a la sopladora de cristal en la otra punta del taller, felizmente ignorante de la horripilante cosa violenta que estaba a punto de ocurrir.

“¡Tally!” dijo Fausto en voz baja.

El calor haría que la pulsera se expandiera…

La mujer sostenía el cristal al rojo-vivo en sus manos, girándolo para inspeccionarlo desde cada ángulo. ¿Cómo estaba ella sosteniendo cristal fundido?

“Esperad,” dijo ella, quitando sus manos de los controles de la trituradora.

“¿Qué?” gritó Zane.

“Quedaos aquí.” Ella sacó la tarjeta de memoria de la ranura de lectura, ignorando los sonidos de protesta tras ella, y corrió por delante de pesados tornos y hornos hasta la otra punta del taller. Ante su acercamiento, la mujer levantó la vista tranquilamente, sonriendo con la calma de un perfecto-mediano.

“Hola, querida.”

“Hi. Eso es precioso,” dijo

La agradable sonrisa se volvió más cálida. “Gracias.”

Tally podía ver ahora las manos de la mujer, cómo brillaban plateadas en la brillante luz roja. “Usted lleva guantes, verdad.”

La mujer se rió. “¡Por supuesto! Hace demasiado calor en este horno, ya sabes”

“¿Pero no puede sentirlo?”

“No a través de estos guantes. Creo que el material fue inventado para los transbordadores que regresaban a través de la atmósfera. Puedo repeler un par de miles de grados.”

Tally asintió. “Y ellos son realmente finos, ¿no? Desde el otro lado del taller, ni siquiera podía decir que los llevaba puestos.”

“Eso es correcto.” La mujer asintió felizmente. “Se puede sentir la textura del cristal justo a través de ellos.”

“Wow.” Tally sonrió como una perfecta. Los guantes encajarían bajo las pulseras, ella podía verlo ahora.

“¿Dónde puedo conseguir un par?”

La mujer señaló con la cabeza hacia un armario. Tally lo abrió y encontró el interior atestado con docenas de guantes, su material reflectante brillando como nieve fresca. Ella sacó dos. “¿Son todos de la misma talla?”

“Sí. Ellos se estiran para quedar bien, completamente hasta los codos,” dijo la mujer. “Sólo asegúrate de que los tiras después de un uso. Ellos no funcionan muy bien la segunda vez.”

“No hay problema.” Tally se dio la vuelta con los guantes en un fuerte agarre, alivio inundando a través de ella mientras se daba cuenta de que no tenía que tirar de los gatillos, no tenía que ver la trituradora cerrarse de golpe sobre la mano de Zane. Un nuevo y mejor plan se desplegaba en su mente como un mecanismo de relojería – ella sabía exactamente dónde encontrar un poderoso horno, uno que ellos podían usar justo en los límites de la ciudad.

“Espera un segundo, Tally,” dijo la mujer, una nota inquieta impregnando su voz.

Tally se congeló, dándose cuenta de que la mujer la había reconocido. Por supuesto, todo el que veía las noticias conocía el rostro de Tally Youngblood ahora. Ella estrujó su cerebro por una razón inocente para necesitar los guantes, pero todo en lo que ella pensó sonó totalmente corriente. “Um, ¿sí?”

“Tú tienes ahí dos guantes izquierdos.” La mujer se rió. “No muy útil, cualquiera que sea el truco que estés planeando.”

Tally sonrió, dejando escapar de sus labios una risita retardada. Eso es lo que tú piensas. Pero ella volvió al armario y cogió dos guantes derechos. No haría daño protegerse ambas manos. “Gracias por su ayuda,” dijo ella.

“Ningún problema.” La mujer sonrió bellamente, dándose la vuelta, mirando fijamente de nuevo las curvas de su pieza de cristal. “Sólo ten cuidado.”

“No se preocupe,” dijo Tally. “Siempre lo tengo.”

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