Biting Cold - Capítulo III


CAPÍTULO TRES

UN HOGAR ORDENADO

Los escalones de madera gastada del porche crujieron cuando los pisamos, y el timbre de la puerta sonó por un largo rato con un sonido pasado de moda.

Un momento más tarde, una mujer en una bata de seda pálida abrió la puerta. Lucía pasada de moda, algo que una mujer usaría en los años cincuenta. Su cabello era un alboroto de ondas rojo brillante, y sus ojos eran de un sorprendente verde—como esmeraldas contra su piel de alabastro. En pocas palabras, era hermosa.

Todavía magullada y llena de barro debido al vuelco, me sentí tímida y torpe.

Ella me dio una mirada apreciativa y luego a Ethan. “¿Puedo ayudarlos?” preguntó, pero luego llenó el espacio en blanco. “Son los vampiros.”

“Soy Ethan Sullivan,” dijo él, “y ella es Merit.”

“Soy Paige,” contestó. “Por favor, entren.” Con la necesaria invitación hecha, Paige se volteó y caminó por el pasillo con los pies descalzos, la puerta abierta detrás de ella.

Miré a Ethan, con la intención de dejarlo pasar primero, pero su mirada estaba en la mujer desapareciendo por el pasillo.

“Ethan Sullivan,” dije, celos aleteando en mi pecho.

“No la estoy mirando a ella, Centinela,” me amonestó él con un guiño, “aunque no soy ciego.” Señaló al pasillo.

Con las mejillas encendidas, miré de nuevo. Las paredes estaban repletas de pilas verticales de libros, una al lado de la otra, tan estrechamente juntas que casi no quedaba lugar entre ellas. Y no eran simplemente libros de tapa blanda en oferta. Eran del tipo de la vieja escuela con tapa de cuero—del que encontraría en la casa de una archivista de la Orden… o en la mesa del sótano de un hechicera rebelde. Por mucho que amara a los libros, me ponía nerviosa entrar en un lugar lleno de tomos mágicos.

Seguí a Ethan a la sala de estar al final del pasillo. Era pequeña pero cómoda, con telas vintage y decoración campestre. Una pequeña chimenea provocaba el olor a humo en el aire, el cual se entremezclaba con el olor a papel antiguo y té fragante.

Paige se acurrucó en un sofá y tomó una taza de té de una mesilla. “Lamento este desastre. Ella no ha aparecido todavía y quería unos minutos de paz y tranquilidad. Tomen asiento”, dijo señalando un sofá frente al suyo con una delicada taza de té y platillo decorado con flores rosas. “¿Les gustaría un poco de té?”

“No, gracias”, dijo Ethan. Nos sentamos en el sofá, y dejamos los bolsos y las espadas a nuestros pies.

“Tienes un montón de libros”, dijo.

“Soy una archivista”, contestó ella. “Es lo que hago”.

“¿Leer?” Pregunté.

“Aprender y catalogar”, contestó. “Recopilo la historia de lo que sucedió antes y recopilo la historia mientras ocurre. Y sinceramente, tengo un montón de tiempo para leer, aquí fuera.”

“Esta no es exactamente la frontera,” dijo Ethan.

“Para los humanos no. Pero ¿mágicamente? Es prácticamente una aspiradora. Aislada, tanto de los hacedores de la magia como de las poblaciones supernaturales. Eso lo convierte en un gran lugar para guardar el Maleficio, cuando es nuestro turno de hacerlo, pero no mucho más.”

“¿Está aquí?” Preguntó Ethan.

“Sano y salvo en el silo,” dijo ella. “Así que, les doy la bienvenida oficial al depósito del Maleficio. Al menos por ahora. Cuando descubrieron que Mallory había escapado, comenzaron a hacer arreglos para trasladarlo.”

“¿No debería haber venido a recogerlo a estas alturas?” Pregunté.

Sonrió. “Estás asumiendo que están ansiosos por trasladarlo. Eso no es así. Baumgartner ha tenido que pedir favores importantes sólo para conseguir que potenciales transportadores lo consideren. Son demasiados riesgos. Cuando alguien se ofrezca finalmente, será una gran cosa el proteger su identidad.” Paige entrecerró la mirada al dirigirse a Ethan. “La Orden no estaba contenta cuando el libro fue robado de la Casa Cadogan. Todos esperábamos que estuviera seguro allí.”

“A riesgo de parecer insensible por tus preocupaciones,” dijo Ethan, “estaba muerto cuando el libro fue robado. Y fue robado por uno de los tuyos, no por un vampiro. Quien trató de convertirme en su familiar.”

Ladeó su cabeza a un lado. “No pareces el familiar de nadie.”

“No lo soy, hasta donde podemos estar seguros. Su hechizo fue interrumpido antes de que lo terminara.”

Pero no antes de que el cielo sangrara y el Midway Plaisance estuviera en llamas, pensé.

Paige lo observó con interés mágico. “Llegó lo suficientemente lejos como para traerte de regreso pero no lo necesario para convertirte en un ciervo descerebrado. Bien por ti. Por otra parte, eso no dice nada bueno de Simon.”

“No es que esté en desacuerdo con el sentimiento,” dije, “pero ¿cómo es eso?”

Paige se encogió de hombros. “Ella trató de crear un familiar, y Simon no se dio cuenta. Eso es magia complicada. Un montón de partes y piezas. Ingredientes, mecanismos, accesorios y en este caso, el Maleficio. Antes de que Baumgartner me dijera esa parte de la historia, estaba dispuesta a darle a Simon el beneficio de la duda sobre no darse cuenta de lo que ella estaba haciendo, pero…”

“¿Ahora no tanto?” Terminó Ethan.

Paige se encogió de hombros. “Para un hechizo pequeño, un encantamiento menor, una hechicera sólo tiene que decir unas cuantas palabras. Ese tipo de magia se parece más a un truco de cartas que a los verdaderos encantamientos. No son más que ilusiones, y no se necesita gran cosa para manejarlos. No me sorprendería que Simon hubiera pasado por alto hechizos de ese tipo. Pero, ¿hacer un familiar? Ese es un gran asunto. Complicado, exigente y laborioso. Hubiera habido señales, no sólo en su lugar de trabajo sino también en ella.”

“Trabajar con magia negra agrietó sus manos,” dije.

“Señales,” dijo Paige asintiendo. “Y Simon es menos que un hechicero por no haberlas notado…por no haberla detenido.”

“¿Y Catcher?” Preguntó Ethan.

El rostro de Paige quedó en blanco. “No es un miembro de la Orden, así que no me corresponde mí hablar de él.”

Ella esquivaba el tema, pero la estrechez de su mirada y la mordaz brisa de magia decían lo suficiente: había sido una muy mala semana para los hechiceros de Chicago. Me hacía sentir mejor el hecho de que los vampiros no eran, por una vez, los que estaban causando problemas.

Paige me miró. “Entiendo que tú y Mallory eran amigas. ¿Han tenido contacto?”

Ella dijo “eran” amigas, como si Mallory y yo nos hubiéramos divorciado e ido por caminos completamente diferentes. Ese pensamiento no me sentó muy bien.

Sacudí la cabeza. “No hubo contacto. La última vez que la vi, estaba siendo arrestada por la Orden.”

“Y ahora quiere otra oportunidad con el Maleficio,” dijo Ethan. “Falló en lograr su meta y quiere intentarlo de nuevo.”

“Estaba tratando de juntar la magia buena y la mala,” expliqué. “El bien y el mal. Su magia la hace sentir incómoda—enferma físicamente—y cree que si libera la oscuridad en el Maleficio se sentirá mejor. Según entiendo, el hechizo del familiar era su medio para lograr ese fin. Pensaba que haciendo magia negra, inclinaría la balanza del bien y del mal en el mundo, y ese desequilibrio liberaría el mal dentro del Maleficio.”

Paige hizo una mueca. “Ese es un método sucio. Podría haber hecho el trabajo, si hubiera terminado el hechizo, pero no es lo que se dice elegante. Un hechizo así de raro es la marca de una hechicera joven. Inexperta,” agregó. “¿Sabemos si tomó libros, materiales o cualquier cosa antes de irse?”

Ethan sacudió la cabeza. “No sabemos, pero no creemos que se haya detenido en busca de algo. Simplemente escapó.”

“Tal vez ya tenía un segundo plan,” Sugirió Paige, “o tiene la confianza suficiente para crear un plan sobre la marcha”.

“Entonces, ¿dónde crees que esté ahora?” Ethan le preguntó a Paige.

“Cerca y planeando, supongo,” dijo Paige. “Si continúa con el mismo método, estará viendo que hechizo usar y tratando de encontrar el modo de entrar, superarme y escapar con el Maleficio.”

“Eres muy indiferente al hecho de que una hechicera está tratando de entrar, superarte y escapar con el Maleficio,” dijo Ethan.

Paige tomó un sorbo de su té, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. “Sé que son sus amigos, y que ella es un gran problema mágico en Chicago…”

“Supongo que hay un ‘pero’ viniendo”. Dijo Ethan.

“Pero”, continuó Paige, “aunque Mallory tiene definitivamente algo de poder, es sólo una pequeña cosa.”

“Trató destruir Chicago”, dijo Ethan, inclinando la cabeza con curiosidad.

“Usando las cenizas de un poderoso Maestro vampiro. Eso no significa que pudiera hacerlo por sí misma.” Paige se encogió de hombros. “Estoy segura que el show de luces fue grande, pero es por eso precisamente que uno querría un familiar con un montón de poder—así podrías usar ese poder para alimentar el tuyo.”

“Miren,” dijo Paige. “No estoy tratando de ser grosera, ni de empequeñecer el caos que Chicago tuvo que enfrentar. Pero soy realista y no tomo ningún lado. Controlar el universo no se trata de hermosas luces y colores y humanos irritantes. Se trata de controlar el universo. Y si consideramos de qué trata el libro, lo que ella hizo ni siquiera califica en el ranking.”

“¿Alguna idea sobre qué hechizo intentará esta vez?” preguntó Ethan.

Paige sacudió la cabeza. “Honestamente, no lo sé. En verdad nunca leí el Maleficio. No porque me faltara curiosidad sino porque es parte de un juramento que tuve que hacer antes de servir aquí. Sin saber no hay tentación.”

“Una política sana,” dijo Ethan llanamente. “Es una lástima que nadie aconsejara a Mallory.”

“Tratará otro hechizo para hacer un familiar?” Preguntó Paige.

Ethan negó con la cabeza. “Parece improbable. Las únicas cenizas de un vampiro en Chicago son las de Celina. No es necesario decir que ya no se encuentran en Chicago.”

Paige asintió. “Siempre podrá seguir el camino del familiar con algo—o alguien—más. Más allá de eso, hay millones de hechizos en el mundo, todos ellos en algún lugar de la escala entre el bien y el mal. Podría elegir cualquiera del extremo maligno de dicho espectro.”

“Hablando de maligno,” dijo Ethan. “Mallory no es la única tras el Maleficio.”

Ethan puso al día a Paige sobre nuestro incidente con Tate y su propia meta de liberar el mal. Cuando hubo terminado, Paige había abandonado su taza de té y estaba inclinada hacia atrás en el sillón, con los brazos cruzados y la mirada pegada a Ethan.

“Y este Tate, ¿qué tipo de criatura es, exactamente?”

“Esperábamos que tú lo supieras,” dije.

Frunciendo el ceño, se levantó del sillón y se dirigió a la pila de libros buscando algo. “Desafortunadamente, hay un montón de opciones, y no tenemos información suficiente para hacer un diagnóstico preciso. ¿Semidios? ¿Genio? ¿Hada?”

Tomó uno de los libros, lo hojeó y luego lo colocó nuevamente en su lugar. “¿Tal vez un íncubo?”
“No sé sobre las otras opciones,” dije, “pero no es un hada.”

“Trabajamos con ellas,” explicó Ethan, ya que las hadas mercenarias custodian las puertas de la Casa Cadogan. Pero no me refería a eso.

“También conocí a Claudia, la reina.”

Los ojos de Paige se agrandaron. “¿Conociste a la reina de las hadas?”

Asentí, pensando en la alta y rubia curvilínea. “Durante la desafortunada muerte de Ethan. Buscábamos la causa de que el cielo se volviera rojo. Ellas son conocidas como las maestras del cielo, por lo que les hicimos una visita. Nos dieron un poco de información, casi muerdo a una de ellas, y bla bla bla, supimos que no tenían nada que ver con el cambio de color.”

“Tú no puedes simplemente casi bla bla bla morder a un hada,” dijo Paige.

“Puedes si la reina de las hadas te provoca al derramar sangre de hadas. Un consejo para el futuro: la sangre de hadas atrae a los vampiros.”

“Tomé nota,” dijo Paige, eligiendo otro libro y trayéndolo al sillón.

“Ya que hablamos de Tate,” dije. “Creo…que algo sobre él ha cambiado recientemente.”

“¿A qué te refieres?” preguntó Paige.

“No es el hombre que solía ser. Durante años hizo campañas a favor de medidas contra la pobreza y llenando su agenda ‘Tate para un Nuevo Chicago’ y de repente ¿comienza a darle drogas a los vampiros?” Sacudí la cabeza. “Eso parece extraño.”

“Es un actor,” señaló Ethan. “Uno mágico. Todo ello fue un acto.”

“¿Durante diez años?”

“Diez años pueden ser simplemente una gota de tiempo para él, por lo que sabemos. Recuerdas que destruyó mi auto. No me estoy sintiendo exactamente amigable con Tate en este momento.”

“Lo sé. Yo tampoco. Si no fuera por él, tú y Celina…”

El pecho se me oprimió al recordar la mirada de Ethan en el momento en que la estaca lo alcanzó, en el momento antes de desaparecer. “De todos modos, no me convertí repentinamente en la fan de Tate. Sólo pienso que hubo una transición.”

Se quedaron en silencio hasta que Paige cerró el libro de un golpe y lo puso en el suelo de nuevo. “Basta de fatalidades y pesimismo. Ya casi sale el sol, y sé que necesitar evitarlo. ¿Qué les parece si les muestro sus habitaciones, y mañana a la noche le echamos un vistazo al silo?”

“¿Dormir es una buena idea?” Pregunté. Tate y Mallory no parecían ser del tipo que cazan el Maleficio de día, pero ¿quién sabe?

“Pondré las alarmas de la casa,” dijo. “Nos alertarán si hay magia cerca. Bueno, se supone que lo hagan.” Miró la puerta cautelosamente. “Tal vez active la alarma normal, también.”

“¿No tendrás algo de sangre?” Preguntó Ethan. “Nuestras provisiones estaban en el auto, y no sobrevivieron al viaje.”

Mi apetito despertó de repente.

Paige asintió. “Pensé que podrían necesitarla, especialmente si las cosas se complicaban con Mallory. Les traeré un poco.”

Recogimos nuestros bolsos y espadas, luego esperamos que Paige resurgiera de la cocina con una bandeja con vasos de cristal antiguos. “Por aquí,” dijo.

La seguimos hasta la escalera, luego al segundo piso y hasta un largo pasillo con habitaciones.

“Los dueños originales de la granja tenían seis niños,” explicó Paige. “La habitación principal está abajo y aquí hay seis habitaciones. Pueden elegir.” Le lanzó a Ethan una mirada apreciativa. “A menos que estés soltero e interesado en compartir una habitación abajo.”

“A pesar de lo considerada que es la oferta,” dijo Ethan, “debo rechazarla. Merit se llevaría indudablemente otra de mis vidas.”

“Que decepcionante,” dijo Paige. “Siempre me pregunté cómo serían los vampiros. Y la mordida.”

“Cada palabra es cierta,” dijo Ethan astutamente.

Una lástima que no pudiera hablarle mentalmente. Podría tener unas cuantas palabras sobre su coqueteo con Paige Martin. En cambio tuve que conformarme con lanzarle una mirada maliciosa que hizo que me sonriera. Ambas, la mirada y su sonrisa me hicieron sentir mejor.

Paige nos dio la bandeja y nos deseó buenas noches, luego desapareció escaleras abajo, dejándonos solos nuevamente.

Las seis habitaciones de la casa eran muy similares, y lucían como si no hubieran cambiado demasiado desde 1940. Cada una tenía una cama de hierro, una mesita de noche, y una cómoda. Las paredes estaban adornadas por un pálido papel tapiz floral. Los pisos eran de madera gastada y la ropa de cama era de felpa anticuada. Lucían como el tipo de habitaciones en las cuales los niños esconderían sus viejas tarjetas de baseball y sus juguetes Cracker Jack en la parte trasera de los cajones de la cómoda o debajo de los colchones.

Cada habitación tenía una sola ventana cubierta por una pesada cortina de terciopelo. Supuse que Paige no quería alentar a los curiosos vecinos.

“¿Prefieres alguna habitación en particular?” Le pregunté a Ethan.

“La que quieras,” dijo, “ya que me quedaré contigo.”

No había ambigüedad en su voz. No era una pregunta, ni una solicitud de permiso. Era una declaración, el anuncio de algo que pretendía hacer. Algo que haría.

“Claro que lo harás,” dije. “Sería de mala educación desordenar dos de sus habitaciones. Podríamos usar una cucheta y evitarle el problema.”

Ethan puso sus ojos en blanco. “Esa no era la razón que tenía en mente.”

“Oh, lo sé,” dije regresando a la primera habitación. “Pero si no mantengo a raya tu ego te volverás insufrible.”

Hizo un sarcástico, pero satisfecho gruñido.

Pensando que tenía sentido elegir la salida más fácil, opté por la habitación cercana a la escalera y dejé el bolso al lado de la cama más cercana a la puerta. Era la Centinela después de todo, y todavía era responsable de la seguridad de mi Maestro.

Sin dudarlo, Ethan dejó caer el bolso al lado de la cama, luego tomó los vasos de sangre de la bandeja. Me entregó uno y bebimos de ellos hasta dejarlos secos en segundos, sedientos debido al hambre y a la curación de rasguños y moretones de nuestros cuerpos causados en el choque.

Las necesidades atendidas, Ethan cerró la puerta de la habitación y le pasó llave. Cuando volteó para enfrentarme, sus ojos se habían plateado—sigo de excitación vampírica, emocional o de otro tipo.

El deseo llenó el lugar, por encima de los olores a sangre, cuero y al acero bien engrasado de nuestras espadas.

“Tenemos negocios sin completar, tú y yo.”

Mis labios se separaron. “¿Negocios sin terminar?” pregunté, pero sus ojos no dejaban lugar a duda.

Levantó una ceja, retándome a llevarle la contraria, pero no pensaba hacerlo. Había estado ausente por dos meses, así que suponía que el universo me debía una…incluso cuando su teléfono sonó audiblemente en el bolsillo de sus pantalones.

Ethan frunció los labios, pero no lo miró.

Por un momento nos quedamos allí en silencio, mirándonos, el deseo encrespándose entre nosotros como las tenazas de un fuego invisible.

“Podría ser Catcher”, dije, nada contenta por la interrupción—y por la posibilidad de que Mallory estuviera merodeando alrededor de la granja y nosotros estuviéramos ignorando la advertencia.

Claramente resignado, sacó el teléfono de su bolsillo y comprobó la pantalla. “Es Malik. Al parecer me perdí unas cuantas llamadas.”

Hice un cálculo rápido. “Es casi el amanecer aquí, lo que significa que ya oscureció allá. Se quedó despierto—pasado el amanecer—para hacerte llegar el mensaje. Deberías atenderlo.”

Frunció el ceño, claramente dividido entre el deber y el deseo. Ya que normalmente hubiera contestado el teléfono inmediatamente, lo tomé como un cumplido.

Al menos podía aliviar la agonía de la elección. “Atiéndelo,” le dije. “No me voy a ninguna parte.”

Me señaló. “Esto no ha terminado,” dijo y contestó el teléfono. Esta vez no activó el altavoz. Como vampiro—y como una depredadora con sentidos agudos—no habría sido difícil escuchar su conversación. Pero respetaba su decisión y no me entrometí. Además, tan pronto como la llamada terminara, me lo contaría todo de todos modos.

Agarré el pijama y un cepillo de dientes de mi bolso y desaparecí en el pequeño baño adyacente a la habitación.

Debería haberme comprobado en un espejo antes. Mi cerquillo oscuro estaba apelmazado, y mi alta cola de caballo era un lío de enredos. Sangre seca salpicaba un ya curado raspón encima de una ceja y la suciedad todavía manchaba mis mejillas. Lucía muy maltrecha, y definitivamente no como el objeto de deseo de nadie.

Las toallas estaban dobladas en una pequeña mesa al otro lado del lugar. Humedecí un paño y me froté la cara hasta que quedó limpia, luego desaté mi cabello y lo cepillé hasta que quedó reluciente. La bañera de cuatro patas había sido equipada con un cabezal de ducha y una cortina y rápidamente limpié la mugre de nuestro viaje dentro de “La zanja que se comió el Mercedes de Ethan”.

Cuando estuve limpia y dentro del pijama, regresé a la habitación, lista para otro intento.

Pero en el instante que entré a la habitación, supe que no estaba destinado a ser. Ethan estaba todavía al teléfono, y la magia punzante en el aire predijo que las noticias de Malik no habían sido buenas. Hablo en voz baja durante unos cuántos minutos más y luego guardó el celular nuevamente.

“Dame las malas noticias primero,” pedí.

“Parece que el ‘vete a la mierda’ de Malik para el administrador no cayó bien.”

Preocupados por el hecho de que la Casa Cadogan estaba causando problemas en Chicago y más allá, el Presidio de Greenwich asignó un administrador, un engendro llamado Franklin Cabot, para encargarse temporalmente de la Casa luego de la muerte de Ethan. Había implementado normas horrorosas durante mandato felizmente breve. No eran restricciones exactamente populares para vampiros que vivían prácticamente en una casa de fraternidad.

Cuando Ethan regresó, Malik echó a Cabot sin miramientos.

“¿Qué tan malo fue?”

“Todavía no se han tomado decisiones, pero Darius ha convocado una shofet. Es una reunión de emergencia en la cual el PG trata asuntos urgentes.”

Darius West era la cabeza del Presidio de Greenwich. Su rango era tan elevado que hasta Ethan se dirigía a él como “señor”.

“¿Cómo una rebelde Casa americana que no parece respetar su autoridad?” Pregunté.

“Exacto”, dijo Ethan pero no dio más explicaciones. Comencé a crear situaciones en mi mente en las cuales los vampiros de Cadogan eran expulsados. Junto con los problemas más graves, tendría que encontrar un apartamento. En Chicago. En invierno. Eso no me haría para nada feliz.

“Exactamente, ¿qué tan serio es?”

“Lo suficiente.” Ethan frunció el ceño y se frotó las sienes.

“¿Te encuentras bien?”

Sonrió apenas. “Es sólo un dolor de cabeza. Pasará.”

La atmósfera de la habitación había cambiado, de deseo insatisfecho a anticipación política y mágica. El sol eligió ese momento para romper el horizonte; no podía verlo a través de las cortinas, pero en repentino peso de mis párpados era prueba suficiente.

“Parece ser que ciertas cosas no están destinadas a ser,” dijo Ethan.

Asentí, sin nada más que hacer. Los vampiros duermen durante el día, no sólo porque la exposición directa a la luz del sol nos mataría, sino porque su salida nos llevaba a la inconciencia. Podíamos luchar contra el cansancio, pero era una dura batalla.

Sucumbiríamos eventualmente.

Parecía entender mis dudas.

“Ambos tenemos otras cosas, otras personas, en nuestra mente,” dijo. “Tendremos un montón de tiempo para el resto cuando hayamos solucionado esta crisis en particular.”

“¿Y si no podemos?”

“Podremos,” dijo. “Te veré malditamente desnuda en circunstancias más propicias antes de que el año termine.”

No pude evitar reír.

Ethan tomó su turno para refrescarse, luego emergió del baño en pantalones de pijama que no dejaban mucho de su cuerpo a la imaginación. Su medalla Cadogan colgaba por encima de la cicatriz que arrugaba su pecho—la marca que llevaba por recibir la estaca de Celina.

Demasiado pronto, apagó la luz, y nos subimos al duro y crujiente colchón. Ethan no perdió tiempo en atraer mi cuerpo contra el suyo.

Disfruté la sensación, la gloria de tenerlo allí. De su calidez, de su olor, su energía, su todo.

“No podemos hacer nada para detener la salida del sol,” dijo. “Descansemos, y presentemos una buena batalla mañana.” Presionó mi espalda más cerca suyo, su brazo se deslizó alrededor de mi cintura.

Me estremecí, por reflejo.

“¿Tienes frío?”

“Es un hábito. Solía tener problemas para dormir.”

“¿Antes de la salida del sol?”

“Antes de la salida del sol,” estuve de acuerdo. “Podía estar exhausta pero mi mente correría con todas las cosas que necesitara hacer, papeles para calificar y otros sinsentidos. Por lo que desarrollé un pequeño truco.2

“¿Estremecerte?”

“Imaginar. Me atrincheraría en las sábanas, cerraría los ojos e imaginaría que era invierno y una tormenta estaba teniendo lugar fuera. Las temperaturas serían congelantes. El viento helado. Y habrían tormentas de nieve.”

“No es un escenario reconfortante exactamente.”

“No era la tormenta lo que era reconfortante. Era la idea de estar segura y caliente dentro.”

“¿Y funcionaba?”

“De algún modo terminaría dormida.”

Ethan rió. “Entonces cuéntame tu historia, Centinela. Cálmame hasta dormir.”

Sonreí y cerré los ojos. “Estamos frente a la costa de Alaska, en un carguero en el mar de Bering. Es fines de verano, y el aire se está volviendo más frío. El mar está calmo, pero hay un fuerte viento.”

Ethan tembló un como y se apretujó contra mí. Más cerca de mí.

“Estamos en un camarote. Nada lujoso, pero hay un grueso y suave colchón. Nos acostamos, el viento silbando fuera, las olas bajo nuestro. Cerramos los ojos, el mundo se inmoviliza, la nieve comienza a caer y nos quedamos dormidos.”

“Una linda historia,” dijo Ethan en voz baja. “Pero yo también tengo una. Imagina un fuego rugiente en la profunda oscuridad del invierno de Chicago. Imagina la calidez del fuego contra tu piel—”

“Probablemente estaría usando un pijama de franela,” bromeé pero Ethan ni se inmutó. Se acercó y puso sus labios contra mi oído.

“No estarías llevando nada más que tu medalla Cadogan y una sonrisa, Centinela.”

“¿Es una predicción?”

“Es una promesa.”

Y con la posibilidad de esa promesa en mente, dejé que mi cuerpo descansara y me quedé dormida.

Traducido por Luu

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Biting Cold - Capítulo II


CAPÍTULO DOS

ÉL ES UN HOMBRE MÁGICO

Salimos del auto al mismo tiempo, dos vampiros enfrentando a un hombre misteriosamente mágico en una oscura noche de Iowa. No era exactamente el modo en el que prefería pasar una noche, pero ¿qué otra opción tenía?

Los ojos de Tate se precipitaron sobre Ethan, agrandándose por la sorpresa. “No esperaba verte aquí.”

“Ya que orquestaste mi muerte, no, imagino que no lo esperabas.”

Tate puso sus ojos en blanco. “Yo no orquesté nada.”

“Tú pusiste los engranajes en movimiento,” dijo Ethan. “Tú pusiste a Merit en una habitación con una vampiro drogada que la odia. Sabrías que la buscaría y que Celina reaccionaría. Ya que fue su estaca la que me atravesó, pienso que ‘orquestar’ es bastante preciso.”

“Tendremos que acordar estar en desacuerdo, Sullivan.” Tate me sonrió adormilado. “Me alegra verte de nuevo, Bailarina.”

Bailaba cuando era más joven y Tate había archivado ese hecho. “No puedo decir que sea mutuo.”

“Oh, por favor. ¿No es ésta una pequeña reunión entre amigos?”

“No eres un amigo,” dije y no estaba de humor para una reunión. “¿Cómo conseguiste que la alcaldesa Kowalcyzk te liberara?”

“Fácilmente, como resultó ser. No hay evidencia en mi contra.”

Esa era una mentira. Habían encontrado las huellas de Tate en las drogas y su secuaz favorito, un tipo llamado Paulie, le había soltado el resto de los detalles al Departamento de Policía de Chicago.

“¿Le dijiste que tu arresto fue parte de una conspiración supernatural?” Le pregunté. “¿La cortejaste con tus cuentos sobre la opresión vampírica?”

“Descubrí que Daiane es una mujer que aprecia los argumentos razonables.”

“Diane Kowalcyzk no podría distinguir un argumento razonable de una alineación,” repliqué. “¿Qué quieres?”

“¿Qué crees que quiero?” Preguntó. “Quiero el libro.”

Ethan cruzó los brazos. “¿Por qué?”
“Porque nuestra chica lo hizo sonar tan interesante.” Su sonrisa era aceitosa. “¿No es cierto?”

“No soy tu chica, y yo no te conté sobre el Maleficio.”

“Entonces mi memoria está defectuosa. Pero puedo suponer que disfrutaste de nuestras visitas, o no lo habrías hecho dos veces.”

A mi lado, Ethan gruñó posesivamente.

“Deja de provocarlo,” exigí. “Te visité para conseguir información, que es lo único que quiero ahora. ¿Por qué quieres el Maleficio?”

“Ya te lo dije,” dijo Tate despreocupadamente. “Te lo dije cuando estábamos en mi prisión, cuando te aconsejé que la división del mal y el bien era antinatural, que ‘mal’ es una construcción humana. Mantenerlo cautivo en el Maleficio es antinatural. Tengo una oportunidad de corregir eso, de liberarlo. Y no pienso dejar pasar la oportunidad.”

Hubo un intento de brillo en sus ojos y un choque frío de magia en el aire. No cabía duda de que no tenía intención de dejar que nos interpusiéramos en su camino.

“No lo tenemos”, le dijo Ethan.

“Dada la dirección en la que están conduciendo, eso es obvio. Pero también asumo que están camino a recuperarlo, tal vez, antes de que la Sra. Carmichael haga algo drástico?”

Una sensación enfermiza floreció en mi estómago. “Mantente lejos de ella.”

“Sabes que eso no es posible. No cuando todos estamos compitiendo por el mismo premio. Y además, puede resultarme útil.”

Sentí la creciente marea de magia aumentar a medida que mi propia furia contribuía al oleaje. “Mantente. Lejos. De ella,” Rechiné. “O te las verás conmigo.”

Tate puso los ojos en blanco. “Podría terminar contigo en un minuto.” Luego me miró de reojo, lo que fue incluso más aterrador aún. Como si estuviera estudiándome. “Apuesto a que duele, ¿no es cierto? El sentir que tu mejor amiga te ha traicionado. No es tan diferente a tu padre en ese sentido, ¿no es así?”

Tate me había dicho—sólo momentos antes de la muerte de Ethan—que mi padre le había ofrecido dinero a Ethan para convertirme en vampiro. Pero esa no había sido toda la verdad.

“Ethan no aceptó el dinero, y tú sabes eso.”

“Pero él sabía, no es así? Ethan sabía que tu padre estaba buscando alguien que lo hiciera y no hizo nada.”

“Eres un hijo de puta,” dijo Ethan. Antes que pudiera detenerlo, se adelantó y golpeó con un gancho de derecha a Seth Tate directamente en la boca.

“¡Ethan!” Grité, tan horrorizada porque hubiera golpeado a alguien en la cara…como orgullosa por el mismo hecho. Ethan lo golpeó. Tal vez no era la mejor decisión dadas las circunstancias, pero eso no significaba que Tate no se lo mereciera y que yo no lo hubiera disfrutado.

 La cabeza de Tate voló hacia atrás, pero no se movió más que para llevar sus nudillos hasta el labio que Ethan había partido. Miró la sangre antes de levantar la mirada hasta Ethan.

La magia llegó hasta nosotros a medida que la rabia de Tate aumentaba.

“Te arrepentirás de esto, Sullivan.”

Las comisuras de la boca de Ethan se elevaron y su mirada se estrechó. “Sólo porque no tuve la oportunidad de hacerlo antes. Considéralo como el pago inicial de lo que te debo por planear la muerte de dos Maestros vampiros y por hacer pasar a un tercero por dos meses infernales.”

La mirada de Tate volvió a mí. “Al menos pude hacerte compañía en su ausencia, Bailarina.”

Otra ola de magia pulsó desde la dirección de Ethan, y enseñó sus dientes maliciosamente. Puse la palma de mi mano contra el pecho de Ethan para evitar que atacara a Tate de nuevo.

“Para,” rechiné.

Se gruñeron entre ellos como animales.

“Si piensas que puedes acertarme otro golpe,” Tate dijo. “Te invito a intentarlo.”

“No tendré que intentarlo,” masculló Ethan, adelantándose un paso. Pero antes que pudiera atacar de nuevo, lo agarré de un brazo y lo hice retroceder.

“¡Ethan! Ya tenemos suficientes problemas.”

Tate ya estaba extraño; lo último que necesitábamos era que Ethan lo irritara más—o que Ethan se irritara más.

Ethan se liberó de mi agarre, luego alisó su camisa.

La pausa no disminuyó la indignación de Tate. Su magia se volvió más profunda y más fuerte. Una espesa niebla comenzó a filtrarse a través de la autopista en nuestra dirección, cubriendo el suelo como humo. Me llevó un segundo darme cuenta que esta no era simplemente niebla. Filamentos de un azul brillante la atravesaban, cada chispa acentuando el aire con un agudo e irritante hormigueo.

La mirada de Ethan no vaciló. “No dejaremos que destruyas el mundo.”

“Nadie va a destruir el mundo. En todo caso, será mejor—más fuerte—gracias al regreso del orden natural y el imperio de las leyes naturales. Al regreso del mundo que existía en la antigüedad.”

El aire se calentó y el viento comenzó a girar en torno a nosotros. Tate me miró fijamente, con el cuerpo inmóvil, la energía todavía aumentando. Pequeñas chispas azules saltaron a través de la niebla, como electricidad comenzando a convirtiéndose en algo grande.

Esto no se trataba del clima. Esto era magia.

Piel de gallina salpicó mis brazos y miré sobre mi hombro. Detrás de nosotros, la niebla de magia comenzó a elevarse, un metro a la vez, convirtiéndose en una pared brillante de chispas. Se me puso el cabello de punta.

Volví la vista a Tate, cuyos brazos estaban cruzados mientras me miraba. Tenía una mirada de malicia indisimulada.

“¿Qué vas a hacer?” Le pregunté.

“Lo que sea necesario. Lo que debe ser hecho. Ustedes buscan interrumpir lo que debería suceder—lo que ya debería haber sucedido mucho tiempo atrás. Vaciar el Maleficio. Los brujos dividen la magia en pedazos, Merit, y es tiempo de juntarlos. No puedo permitir que lo detengas.”

Quienquiera que haya sido Tate antes—reformados, político, mujeriego—había cambiado. Nos quería detener, sin importar lo que costara.

“Métete en el auto, Merit.”

Mi mirada estaba pegada a la de Tate, por lo que le llevó un momento a mi cerebro registrar lo que Ethan estaba diciendo. Lo miré.

“¿Qué?”

“Entra al auto. Ahora.” Ethan todavía tenía las llaves, así que me empujó en dirección al asiento de acompañante mientras él se dirigía al del conductor.
Ambos entramos a toda prisa, encendió el auto y pisó el acelerador, esquivando por milímetros a Tate y poniendo distancia entre la pared de magia y nosotros.

Cualquiera fuera el origen de Tate, debía estar enfocando todo su poder en la nube mágica; asumía que esa era la única razón por la que no estaba controlando el auto nuevamente.

A medida que el velocímetro escalaba me coloqué el cinturón de seguridad. Sesenta millas por hora. Setenta. Ochenta. Estábamos ganando velocidad, pero cuando me volteé para comprobar la luneta, la pared—ahora brillante por los filamentos azules—estaba aún más cerca. Estaba ganando velocidad incluso más rápido que nosotros, su velocidad era exponencialmente mayor que la nuestra.

Y esa no era ni siquiera la peor parte.

Estaba creciendo.

Se estaba extendiendo de derecha a izquierda por el medio y ambos lados de la autopista y no perdonó nada de lo que tocó. El asfalto se dobló y trituró como una galleta cracker, trozos de escombros volaron por los aires. Los árboles se dividieron y cayeron provocando ruidos atronadores. Una señal de kilometraje se dobló por la mitad como si fuera de papel de construcción y no de acero de calidad de construcción. Y la distancia entre nosotros y la pared de destrucción continuaba reduciéndose.

“Nos alcanzará,” grité sobre el aullido del viento.

“Lo lograremos,” dijo Ethan con los nudillos blancos en el volante a medida que intentaba mantener el auto en la carretera. Otra señal voló sobre nosotros, apenas evitando al Mercedes y deslizándose a través de la carretera sobre un campo al otro lado.

La parte trasera del auto comenzó a vibrar a medida que la pared se fue acercando, y el mundo se volvió blanco como la niebla que nos rodeaba.

“Oh, Dios,” murmuré, agarrando el manillar de la puerta con una mano y la correa del cinto de seguridad con la otra.

Inmortales o no, la vida me pareció frágil repentinamente.

El volante giró bruscamente a la derecha y Ethan soltó una maldición al tratar de mantener el control. “No puedo enderezarlo, Merit. Sujétate.”

Se nos terminó el tiempo justo cuando lo dijo. Se sentía como si hubiéramos sido golpeados por una locomotora—en este caso, por una completamente impensada tormenta mágica salida de quién sabe dónde, conducida por un posible ladrón de libros sin reparos aparentes en matar a aquellos que se interpusieran en su camino.

La parte trasera del auto se levantó y nos hizo girar, el lado del acompañante primero, hacia el lado de la carretera—y hacia la baranda que separaba el auto de la cuneta de abajo.

“¡La baranda!” Grité.

“¡Estoy tratando!” Gritó Ethan. Volvió el volante hacia la izquierda, pero fue en vano. El viento se arremolinaba a nuestro alrededor y el auto hacia un giro completo a medida que se deslizaba por la carretera.

Golpeamos la barandilla de metal lo que nos sacudió la cabeza, pero ni siquiera el acero pudo detener a un Mercedes impulsado por la magia. El auto chirrió al hacer contacto con la barandilla tan sutil como uñas contra una pizarra, antes de que otra ráfaga de viento o magia o de ambas lanzara el lado del conductor al aire.

Grité. Ethan agarró mi mano y una vez más nos precipitamos, el auto rodando de costado sobre la barandilla y por la colina, dando volteretas sobre el barranco que separaba la carretera de las tierras vecinas.

Nuestra caída no podría haber durado más de tres o cuatro segundos, pero rememoré toda mi vida, desde mi niñez con mis padres hasta la universidad la noche que Ethan me convirtió en vampiro, y desde su muerte hasta su renacimiento…¿lo había recuperado solamente para perderlo otra vez debido a Tate?

Con un rebote final, aterrizamos de cabeza en el barranco. El auto se balanceó amenazadoramente sobre el capó, el metal crujió, y ambos colgamos de nuestros cinturones de seguridad.

Hubo un momento de silencio, seguido por el siseo del vapor del motor y el chirrido lento de un neumático girando.

“Merit, ¿estás bien?” Su voz era frenética. Puso una mano en mi cara, apartándome el cabello, comprobando mis ojos.

Me llevó un momento responderle. Estaba viva pero desorientada completamente. Esperé hasta que el zumbido de mis oídos se calmó y pude sentir las partes de mi cuerpo otra vez. Sentía dolor en un lado de mi cuerpo y rasguños en los brazos, pero todo parecía estar en su lugar.

“Estoy bien,” contesté finalmente. “Pero realmente odio a ese tipo.”

Cerró sus ojos obviamente aliviado, pero sangre de un corte en su frente entró en sus ojos.
“El sentimiento es enteramente mutuo,” dijo. “Voy a salir; y luego te ayudaré. Quédate aquí.”

No estaba en posición de discutir.

Ethan se preparó y desabrochó su cinturón, luego salió. Un segundo más tarde, su mano apareció en mi ventana. Desabroché mi cinturón, y me ayudó a trepar fuera del auto de regreso al suelo, luego me envolvió en sus brazos.

“Gracias a Dios,” dijo. “Pensé que sería nuestro fin.”

Asentí y apoyé la cabeza en su hombro. El césped estaba húmedo, y el barro se filtraba a través de mis vaqueros, pero estaba agradecida de estar de nuevo en tierra firme. Me senté allí por un momento, esperando que el estómago y la cabeza dejaran de girar. Pero mi pánico sólo se arremolinaba más rápido. Aparentemente, Tate nos quería muertos. ¿Y si todavía seguía allí?

“Tenemos que salir de aquí,” le dije a Ethan. “Podría regresar.”

Ethan limpió la sangre de su cabeza y lanzó una mirada hacia la carretera, con el cuerpo tensado como un animal explorando su territorio. “No siento magia. Creo que se ha ido.”

“¿Por qué se tomaría el trabajo de lanzarnos fuera de la carretera sin asegurarse de haber acabado completamente con nosotros?”

“Tiene prisa para conseguir el libro,” dijo Ethan. “Tal vez sólo quería llegar antes que nosotros.”

Me ofreció una mano. Me puse de pie y volví la vista al auto, cubriéndome la boca con una mano. El auto de Ethan—su hermoso y elegante Mercedes—era un desastre. Yacía boca abajo en la zanja, dos de sus ruedas todavía giraban impotentes. Estaba indudablemente destrozado.

“Oh, Ethan. Tu auto…”

“Gracias a Dios que estamos en Noviembre y teníamos la capota puesta,” dijo. “De haber sido de otra manera estaríamos en problemas. Ven aquí. Veamos si podemos sacar nuestras cosas del maletero.”

El maletero se había abierto por la mitad en la caída, por lo que tuvimos que maniobrar para sacar los bolsos y las espadas.

“No me oíste,” dijo repentinamente.

“¿Oír el qué?”

“Antes que nos lanzara fuera de la carretera, te llamé. ¿No me oíste?”
Sacudí la cabeza. Los vampiros tenían la habilidad de comunicarse telepáticamente, ese poder en general, pero no siempre, se limitaba a los Maestros y a los vampiros que habían hecho. Ethan y yo hablábamos de forma muda desde que me había Iniciado oficialmente en la Casa Cadogan como su Centinela.

“No te oí,” dije. “Tal vez sea un efecto colateral de tu regreso. Porque el hechizo de Mallory fue interrumpido.”

“Tal vez,” dijo.

Terminábamos de sacar nuestras espadas cuando un gritó resonó por la carretera. Levantamos la vista. Una mujer en un abrigo mullido nos hizo una seña. “Vi como ese tornado los lanzó fuera de la carretera. Salió de la nada, ¿no es cierto? ¿Se encuentran bien? ¿Necesitan ayuda?”

“Estamos bien,” dijo Ethan, sin corregirla sobre el tornado pero lanzando una mirada final a su antiguo y orgullo y dicha. “Pero creo que necesitamos un aventón.”

Su nombre era Audrey McLarety. Era una secretaria legal jubilada de Omaha con cuatro hijos y trece nietos dispersos por Iowa, Nebraska, y el Sur de Dakota. Todos sus nietos jugaban al fútbol o al baseball o iban a clases de baile, y Audrey estaba de regreso a la ciudad luego de asistir a una presentación de baile cercana a Des Moines, de tres de las chicas. A pesar de ser tarde, no se le había ocurrido pasar la noche con sus niños.

“Tienen que atender a sus familias,” dijo, “y yo tengo la mía.” Se refería a su esposo, Howard, y sus cuatro terriers.

Por mucho que apreciáramos el viaje, Audrey era una charlatana. Condujimos hacia Omaha a través de una negrura total, pasamos más campos vacíos y fábricas ocasionales con sus luces y vapores palpitando a través de las llanuras como un monstruo de metal y concreto dormido.

Cuando nos acercamos a la ciudad, el horizonte se volvió naranja debido al brillo de las luces de la calle. Afortunadamente, Audrey había crecido cera a Elliott y estuvo de acuerdo en llevarnos hasta la granja.

Fuimos doblemente afortunados, en realidad, debido a que el sol saldría pronto y necesitaríamos un lugar donde dormir.

Cruzamos el río Mossouri y nos dirigimos hacia el norte a través del compacto centro de la ciudad de Omaha, pasando una plaza peatonal con un montón de edificios de ladrillo viejos y una cadena montañosa de rascacielos antes de llegar al barrio residencial. Casas antiguas, y eventuales cadenas de comida rápida le dejaban paso a campos llanos y granjas, y terminamos en un estrecho camino de grava blanca.

El camino era largo y derecho, y dividía los campos ahora despojados de sus cosechas debido a la aproximación del invierno. Levantábamos polvo al pasar y en la oscuridad no había mucho que pudiera ver. Eso me ponía nerviosa. Tate podía estar escondiéndose allí, esperándonos. Listo para atacar otra vez, listo para lanzarnos fuera de la carretera—y en su segundo intento, podíamos no tener tanta suerte. Y arrastraríamos a una humana con nosotros.

Pasamos granjas todas iguales—con una casa principal y unas cuantas edificaciones anexas detrás de una pared de árboles, los cuales, asumía, eran la protección contra el viento. Las casas resplandecían bajo el brillo de los focos, y me preguntaba cómo podían dormir los habitantes con esa luz…o cómo dormían en absoluto.

Algo sobre la idea de dormir bajo el torrente de un foco en el medio de una llanura oscura me ponía nerviosa. Me sentiría demasiado vulnerable, como si estuviera en el centro de atención.

Después de quince minutos más, llegamos a la dirección que Catcher nos había dado, grandes números de acero estaban clavados en un poste que se erguía como centinela al final de un largo camino de grava. Una granja, muy parecida al resto, estaba apostada al final de éste, unos cientos de metros apartada de la carretera, brillando bajo su luz de seguridad. Sus tablillas de madera eran de color rojo oscuro, y toldos blancos y madera de pan de jengibre en las esquinas del pequeño porche la decoraban. Tenía un tejado a dos aguas, y un gran ventanal. Tenía esta idea de una chica de una pequeña casa en la pradera en un vestido de algodón barato sentada detrás del vidrio, pasando largos días de invierno contemplando la infinita nieve de invierno.

Audrey se detuvo, agarramos nuestras espadas y bolsos, le ofrecimos un gran gracias, y miramos la nube de polvo que la llevaría de regreso a Omaha.

“Estará bien,” dijo Ethan.

Asentí, y caminamos por el camino, el mundo silencioso excepto por nuestras pisadas y un búho que ululaba desde el cortavientos. Tuve una repentina imagen mental de unas grandes alas negras descendiendo para arrancarme del camino y depositarme en el pajar de un antiguo granero. Me estremecí y caminé más rápido.

“No eres un gran chica de granja, ¿cierto?”

“No me molesta estar en el campo. Y amo los bosques—hay un montón de lugares para esconderse.”

“¿Le gusta a la depredadora que hay en ti?”

“Exacto. Pero aquí, no lo sé. Es una extraña mezcla de estar aislado y en el foco por completo. No es lo mío. Dame un apartamento en la ciudad, por favor.”

“¿Incluso con los permisos de estacionamiento?”

Sonreí. “Incluso el tráfico durante la hora pico.” Miré a mi alrededor. Más allá del halo de luz, el mundo era oscuro, y me pregunté cómo sería esconderse allí fuera.

Observando.

Esperando.

El búho ululó de nuevo, provocándome piel de gallina.

“Este lugar me produce escalofríos. Entremos.”

“No creo que los búhos se alimenten de vampiros, Centinela.”

“No quiero correr el riesgo,” dije. “Y no falta mucho para el amanecer.” Le di a Ethan un suave empujón hacia la casa. “Entremos, cariño.”



 Traducido por Luu

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Biting Cold - Capítulo I

CAPÍTULO UNO 

DE REGRESO AL RUEDO

Fines de noviembre 
Iowa 

Brillaba como un faro. Era un rascacielos de más de mil pies, las luces en la parte superior de sus antenas parpadeaban en la oscuridad que cubría la ciudad. Era la Torre Willis, uno de los edificios más altos del mundo, situado en el centro de Chicago, rodeado de cristal, acero y de las aguas del Río Chicago y del Lago Michigan. Su tamaño era un recordatorio de dónde veníamos… y hacia dónde nos dirigíamos.

Habíamos dejado Hyde Park, nuestra tierra natal y nos dirigíamos en dirección oeste por las llanuras hacia Nebraska y el Maleficio, un antiguo libro de magia que mi (¿ex?) mejor amiga, Mallory, estaba, evidentemente, intentando robar.

Con los nervios al límite, apreté el volante del elegante Mercedes descapotable de mi compañero.

Ese compañero, Ethan Sullivan, me sonrió desde el asiento del acompañante. “No es necesario que luzcas tan sombría, Centinela. Y tampoco lo es seguir mirando la postal de la ciudad que pegaste al salpicadero.”

“Lo sé,” dije enderezándome y escaneando la autopista frente a nosotros. Estábamos en algún lugar de los maizales de Iowa, a medio camino entre Chicago y Omaha. Era noviembre y el maíz se había ido, pero hectáreas de turbinas de viento se arqueaban en la oscuridad por encima de nosotros.

“Es sólo raro estarnos yendo,” dije. “No he estado realmente fuera de Chicago desde que me convertí en vampiro.”

“Pienso que encontrarás que la vida como vampiro es bastante similar independientemente de la ubicación. En realidad, sólo la comida es diferente.” 

“¿Qué crees que tienen en Nebraska? ¿Maíz?”

“Y carne, supongo. Y probablemente casi todo lo demás. Aunque tus Mallocakes pueden ser difíciles de encontrar.”

“Es por eso que empaqué una caja en mi bolsa de lona.” Se echó a reír como si le hubiera contado el chiste más gracioso que hubiera oído en su vida, pero en realidad le había dicho la verdad. Mallocakes eran mi postre favorito—tortas de chocolate rellenas con crema de malvaviscos—y eran extremadamente difíciles de encontrar. Había traído unas cuantas por si acaso.

Sin importar mis elecciones culinarias, estábamos en camino, así que sonreí y me esforcé en adaptarme al hecho de que Ethan, el que había sido y sería una vez más, Maestro de la Casa Cadogan de Chicago, estaba sentado en el asiento a mi lado. Menos de veinticuatro horas atrás había estado total y completamente muerto. Y ahora, gracias a un truco de magia malintencionado, estaba de regreso.

Todavía estaba bastante pasmada. ¿Emocionada? Seguro. ¿Estupefacta? Completamente. Pero sobre todo pasmada.

Ethan se rió entre dientes. “Y ¿eres conciente de que sigues mirando hacia aquí como si estuvieras preocupada de que vaya a desaparecer?”

“Es porque eres devastadoramente atractivo.”

Sonrió con picardía. “No estaba cuestionando tu buen gusto.”

Puse los ojos en blanco. “Mallory te hizo volver de las cenizas,” le recordé. “Si algo como eso es posible, entonces no hay mucho en el mundo que sea imposible.”

Ella había regresado a Ethan de las cenizas para convertirlo en un familiar mágico… y para liberar un antiguo mal que había sido atrapado en un libro por los brujos que pensaron que le estaban haciendo al mundo un favor. Lo estaban haciendo, al menos hasta que Mallory decidió que el liberar el mal arreglaría su extraña sensibilidad a la encerrada magia negra.

Afortunadamente, su hechizo había sido interrumpido por lo que no consiguió liberar el mal ni convertir a Ethan en un familiar. Asumimos que esa era la razón por la que había escapado y estaba persiguiendo ahora el Maleficio—quería intentarlo de nuevo.

Familiar o no, Ethan estaba de regreso: alto, rubio, colmilludo y hermoso.

“¿Cómo te sientes?” Pregunté.

“Bien,” dijo. “Me enerva que sigas mirándome fijamente, y me molesta que Mallory haya interrumpido lo que debería haber sido un muy largo y completo reencuentro con la Casa y mis vampiros.” Hizo una pausa y me miró, el fuego de sus ojos verdes brillando intensamente. “Con todos mis vampiros.”

Mis mejillas enrojecieron, y volví rápidamente la mirada a la carretera, aunque mi mente estaba definitivamente en otra parte. “Tendré eso en mente.”

“Deberías hacerlo.” “¿Qué haremos exactamente si encontramos a Mallory?”

“Cuando la encontremos,” corrigió. “Quiere el Maleficio, y está en Nebraska. No tengo duda alguna de que nuestros caminos se cruzarán. Con respecto a qué haremos… no estoy seguro. ¿Crees que podría ser sobornada?”

“Sabemos que quiere una única cosa,” dije. “Y tiene ventaja, lo que significa que con toda seguridad llegará allí antes que nosotros.”

“Asumiendo que consigue evadir a la Orden,” dijo Ethan. “Lo que parece bastante probable.”

La Orden era la unión de hechiceros que habían estado vigilando a Mallory en su rehabilitación y eran responsables de mantener el Maleficio a salvo. Teniendo en cuenta los acontecimientos, habían hecho un desastroso trabajo en ambas cosas.

“Eso es gracioso, Sullivan. Especialmente viniendo de alguien que ha estado vivo por apenas veinticuatro horas.”

“No dejes que mi buen aspecto juvenil te confunda. Ahora tengo dos vidas de experiencia.”

Hice un sonido sarcástico pero di un gracias silencioso. Había llorado a Ethan y era glorioso—aún más por ser inesperado—tenerlo de regreso.

Desafortunadamente, mi gratitud era acompañada por una sensación helada en mi estómago. Él estaba aquí, pero Mallory estaba allí fuera, invitando a un antiguo Leviatán de regreso a nuestro mundo.

“Qué está mal?” Preguntó.

“No puedo evitar estar nerviosa por Mallory. Estoy furiosa con ella, enojada conmigo misma por no darme cuenta del hecho de que era ella quien estaba tratando destruir Chicago, e irritada porque en vez de estar celebrando tu regreso, tenemos que jugar a ser niñeras supernaturales de una mujer madura.”

Lamentaba el día en que Mallory supo que tenía magia; las cosas habían ido cuesta bajo para ella—y por extensión, para sus amigos y su familia—desde entonces. Pero había sido mi amiga por un largo tiempo. Había saltado en mi defensa el primer día que nos conocimos, cuando un gamberro intentó arrebatarme la mochila y fue sobre su hombro que lloré cuando Ethan me convirtió en vampiro. No podía abandonarla ahora, aunque eso fuera lo que hubiera querido hacer.

“Vamos de camino a encontrarla. No sé que más podemos hacer. Y estoy de acuerdo en que deberías estar disfrutando de mi gloria… sobre todo ya que fui estacado en el corazón para salvar tu vida.”

No pude evitar sonreír. “Y ni siquiera te llevó veinticuatro horas recordármelo.”

“Uno debe usar las herramientas que tiene a su disposición, Centinela.”

Me guiñó un ojo aún cuando la inequívoca línea de preocupación apareció entre sus cejas.

“¿Tienes alguna idea de a dónde se supone que vayamos una vez que lleguemos a Nebraska? ¿Dónde se encuentra el silo? Nebraska es un gran estado.”

“No lo sé,” dijo. “Planeaba darle tiempo a Catcher para orientarse y luego preguntarle los detalles.”

Catcher era el novio de Mallory. Había sido empleado de mi abuelo, el Ombudsman supernatural de Chicago hasta que Diane Kowalcyzk, la nueva alcaldesa de la ciudad, le quitó el cargo. Al igual que Mallory, Catcher era un hechicero, pero había estado más tiempo fuera de la Orden del que ella había pasado dentro.

Mi celular sonó, un heraldo de novedades, buenas o malas.

Ethan lo miró y luego lo apoyó en el tablero entre nosotros. “Supongo que está listo para hablar.”

“Ethan, Merit,” dijo Catcher a modo de saludo. Su voz estaba ronca y su tono era aún más bajo que de costumbre. Él no era del tipo que muestra sus emociones, pero la desaparición de Mallory debía estar afectándole.

“¿Cómo estás?” Pregunté. “La mujer con la que había planeado pasar el resto de mi vida está tratando de abrir la caja de Pandora sin importarle las consecuencias. He tenido mejores días. Y semanas.”

Hice una mueca comprensivamente. “En fin, infórmanos. ¿Qué sabemos?”

“Que estaba en un centro no muy lejos de O’Hare,” dijo Catcher. “Habían guardias armados para mantener un ojo en ella y personal médico para asegurarse de que estuviera estable.”

“Pensé que la Orden no tenía operaciones en Chicago,” dijo Ethan.

“Baumgartner sostiene que no es un centro de la Orden, sólo un centro médico en el cual tiene amigos,” dijo Catcher. Baumgartner era el director de la Orden. Por cómo sonaba Catcher, parecía no creer su excusa.

“¿Entonces qué sucedió?” preguntó Ethan. “Durmió por un tiempo, se despertó y comenzó a hablar sobre su adicción. Parecía consciente, llena de remordimiento, por lo que quitaron las restricciones para un examen médico.”

“¿Fue entonces cuando atacó al guardia?” preguntó Ethan.

“Sí. Resulta que no estaba aturdida. El guardia está todavía en el hospital, pero por lo que sé, le darán el alta hoy.”

“¿A dónde fue ella?” Pregunté.

“Las cámaras de seguridad de las autoridades de tránsito la grabaron,” dijo Catcher. “Tomó el El* y luego un tren hacia Aurora. Fue vista en una parada de camiones, subiéndose a uno de dieciocho ruedas que se dirigía a Des Moines. El rastro murió en Iowa. No ha aparecido de nuevo desde entonces.”

Catcher había sido quien detuvo el hechizo de Mallory dejándola inconsciente. Era una lástima que no la hubiera golpeado un poquito más fuerte.

“Así que se dirige probablemente hacia Nebraska,” supuse. “Pero ¿cómo supo que debía dirigirse allí? ¿Cómo supo que la Orden enviaría al Maleficio allí en vez de a un nuevo guardián?”

“Simon le contó sobre el silo,” dijo Catcher. “Y él y Baumgartner la visitaron y hablaron sobre el traslado del libro cuando ella estaba supuestamente dormida.”

“Y eso hace que sean dos puntos más contra Simon,” dije.

“Sí,” dijo Catcher. “Estaría fuera de la Orden si Baumgartner no le tuviera miedo. Demasiado conocimiento para tan poco sentido común. Si él sigue siendo un miembro, Baumgartner tendrá todavía, algo de autoridad.”

“Es una situación difícil,” Ethan reflexionó. “¿Alguna idea sobre cuál será nuestra estrategia?”

“El primer paso será acercarnos,” dijo él. “Diríjanse a Elliott, Nebraska. Está a cinco millas al noroeste de Omaha. El archivista de la Orden vive en una granja fuera del silo. Les enviaré la dirección.”

 *El: sistema ferroviario de Chicago. 

 “¿El archivista?” Pregunté. “El registrador de la historia de la Orden.”

 “¿Y él vendría a ser el único mago que cuida del libro?” preguntó Ethan.

 “Su nombre es Paige Martin. Ella es la única hechicera en el caserío; es también, la única hechicera en Nebraska. El Maleficio no está siempre allí. Ya que es trasladado, no hay necesidad de un contingente entero. Les pedí que reconsideraran dejarme ir,” Catcher agregó en voz baja. “Quiero estar presente si las cosas salen mal. Si lo peor llegara a suceder. Pero temen de que no pueda ser objetivo.”

Todos nos quedamos en silencio por un momento, imaginando probablemente, qué tan mal podrían salir las cosas, y la posibilidad de que no pudiéramos salvar a Mallory… o de que no quisiera ser salvada.

“Pero ¿sí permitirán que esta archivista esté presente?” Preguntó Ethan.

“Ella no conoce a Mallory,” dijo Catcher, “y forma parte de la Orden. Creen que puede manejarlo.”

Y probablemente, también pensaban que podría manejar a Mallory. Al igual que cuando podían manejar a Simon, Mallory y Catcher, antes de que fuera expulsado. La Orden tenía un horroroso historial sobre el manejo de sus empleados.

“Uno creería que prescindirían de uno o dos soldados más para detener un problema que ellos crearon en primer lugar”, murmuró Ethan.

“Desafortunadamente”, dijo Catcher, “ésta no es la única crisis mágica del mundo y no hay demasiados hechiceros alrededor. Estos fueron asignados debidos a que están disponibles.”

Como Centinela, había aprendido a arreglármelas con lo que tuviera a mi alcance, pero eso no significaba que me tuvieran que gustar la cuota de malas predicciones, o la idea de crisis similares alrededor del mundo.

“Trazaremos el curso hacia Elliott,” dijo Ethan. “Mallory tiene ventaja, por lo que es improbable que lleguemos hasta el libro antes que ella. Deberías advertirle a la archivista, si no lo has hecho todavía.”

“Ya lo sabe. Y hay algo más”, Catcher aclaró su garganta con nerviosismo. Reaccionando al sonido, Ethan se removió incómodamente en su asiento.

“Es posible que ustedes y Mallory no sean los únicos en camino. Seth Tate fue liberado esta mañana.”

Maldije en voz baja. Seth Tate era el exalcalde de Chicago, destituido después de que fue descubierto el hecho de que dirigía una red de narcotráfico.

Tate era también un supernatural con una antigua y desconocida magia, una que había erizado los pelos de mi nuca más de una vez. Desafortunadamente, no sabíamos nada más sobre sus poderes.

“‘Esta mañana’ fue hace horas”, dijo Ethan. “¿Por qué estamos enterándonos de esto recién?”

“Porque lo acabamos de descubrir. Ya no somos empleados, por lo que Kowalcyzk no creyó que era imprescindible informarnos. Nuestra nueva alcaldesa decidió que Tate fue inculpado, en parte debido a que una de las personas supuestamente asesinadas en su residencia fue visto fuera de la Casa Cadogan temprano esta noche.”

“Ese serías tú,” le susurré a Ethan.

“Y no gracias a Tate,” dijo Ethan. “¿Debemos pensar que está tras el Maleficio también?”

“No estamos seguros”, dijo Catcher. “Fue perdonado por Kowalcyzk, por lo que la Policía no sintió que tuviera la autoridad para seguirlo, incluso aunque tuvieran los recursos. Y nosotros estamos cortos de personal hoy.”

“¿Cortos de personal?” Pregunté. Había tres Ombuddies no oficiales, como me gustaba llamarlos, además de mi abuelo: Catcher; Jeff Christopher, genio de la computación; y la administradora, Marjorie. Ninguno de ellos parecía ser del tipo que faltaba a trabajar.

“Jeff llamó hoy. Dijo que tenía algunas cosas de las que encargarse. Lo cual es justo ya que no es un empleado y no se le paga para que esté aquí.”

Era lógico, seguro, pero seguía siendo extraño. Jeff era extraordinariamente fiable, y estaba generalmente plantado frente a su gran computadora. Por supuesto, si hubiera necesitado nuestra ayuda, no habría tenido reparos en pedirla.

“No podemos saber a ciencia cierta si está buscando el libro,” dije, “pero no me sorprendería encontrarlo en el medio de la acción. Después de todo, fue quien me dijo sobre el Maleficio.” Él había estado claramente intrigado por la magia, y no era difícil imaginar que sacaría provecho si conseguía una oportunidad de obtenerlo. Era una lástima que no hubiera traído mi talismán de madera, un símbolo mágico que mi abuelo me había dado para protegerme de las formas más sutiles de la magia de Tate.

“No te contradigo,” dijo Catcher. “En el improbable caso de que Tate cause problemas en Chicago, puedes llamar a Malik,” dijo Ethan. “Puede reunir al resto de los guardias de Cadogan.”

Malik era el Maestro oficial de la Casa Cadogan, el segundo de Ethan hasta que fue asesinado y todavía a cargo hasta que Ethan sea nombrado nuevamente Maestro.

“También puedes llamar a Jonah,” agregué, pero no obtuve respuesta. Jonah era el capitán de los guardias de la Casa Grey de Chicago, y había sido mi compañero sustituto mientras Ethan estuvo ausente. Y aunque ni Catcher ni Ethan lo supieran, Jonah era también mi compañero oficial de la Guardia Roja, una organización secreta dedicada a mantener un ojo en los Maestros vampiros y en el Presidio de Greenwich, el consejo Británico que nos preside.

“Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él,” dijo Catcher. “Por ahora, tengo que terminar con esto. Los llamaré si descubro algo nuevo.”

Nos despedimos y Ethan apagó el teléfono. “Parece estar resistiendo,” dijo Ethan.

“No le queda otra opción. La ama, o asumo que todavía lo hace y ella está allí fuera poniéndose en peligro y él no puede hacer nada para cambiarlo. Por segunda vez.”

“¿Cómo no se dio cuenta de lo que estaba haciendo la primera vez?” Preguntó Ethan. “Ellos estaban viviendo juntos.”

Mallory había convertido a Chicago en un infierno en su intento de convertir a Ethan en un familiar. Había hecho magia en el sótano del apartamento que ella y Catcher compartían.

“Creo que en parte se debió a la negación. No quiso creer que fuera capaz de lo que le estaba sucediendo a la ciudad. Y ella estaba estudiando para los exámenes—y tomándolos, aparentemente—el tiempo entero. Si Simon no sospechó nada, ¿por qué habría de hacerlo Catcher?” 

“¿Simon otra vez?”

“Desafortunadamente. Y eso no es todo. Catcher pensó que ellos dos estaban teniendo una historia. No una romántica, tal vez, pero pensó que se estaban acercando demasiado para su comodidad. Temía que ella fuera a ponerse del lado de Simon—del lado de la Orden—y se volviera contra Catcher.”

“El amor le hace cosas extrañas a un hombre,” Ethan dijo, repentinamente distraído. Golpeó un dedo contra el tablero. “¿Hay algo en la carretera? ¿Un perro?”

 Escudriñé la autopista, tratando de descubrir lo que Ethan había visto. Después de un momento, lo hice—una masa oscura en la línea centra a un cuarto de milla de distancia. No se estaba moviendo. Y definitivamente tampoco era un perro.

Dos brazos, dos piernas, un metro ochenta de altura y de pie en el medio de la carretera.

Era una persona.

“Ethan,” grité en alerta. Mi primer pensamiento fue que la figura era McKetrick, enemigo de los vampiros de Chicago quien habría descubierto nuestra ruta y estaba preparado para lanzar un ataque contra el auto.

El repentino golpe de magia picante que llenó el auto—y el olor dulzón a azúcar y limones que lo acompañaban—demostró que este era un problema mágico… un problema que conocía demasiado bien.

 Un sudor frío recorrió mi espalda. “No es un animal. Es Tate.”

No tuvimos tiempo para decidir si pelear o huir. Antes de que pudiera acelerar o cambiar de dirección, el auto comenzó a desacelerar.

De algún modo Tate había conseguido controlarlo.

Torcí bruscamente el volante, pero no sirvió para nada. Nos dirigíamos directamente hacia él.

La anticipación y el miedo apretaron mi pecho y mi corazón palpitaba como un ave asustada debajo de mis costillas. No tenía idea de lo que Tate era capaz de hacer, ni siquiera de lo que era. Bueno, además de ser un idiota.

Nos detuvimos en el medio de los carriles en dirección al oeste. Afortunadamente, era tarde y nos encontrábamos en el centro de Iowa; no había ningún otro auto a la vista. Ya que Tate había dejado el auto inutilizable no tenía sentido gastar combustible. Apagué la ignición pero dejé las luces encendidas.

Estaba de pie en el haz de luz de vaqueros y camiseta negra, su pelo revuelto en ondas negras. Vi un destello dorado en su cuello y supe instantáneamente qué era. Cada vampiro Cadogan usaba un pequeño disco dorado en una cadena, una especie de etiqueta vampiro de perro, que identificaba su nombre y su posición. Le había dado la mía a Tate a cambio de información sobre el Maleficio.

Ethan me había dado la medalla, y aunque tenía otra que la remplazaba, no me gustaba ver a Tate usándola. 

“Escucho cualquier sugerencia que tengas, Centinela,” dijo Ethan con sus ojos fijos en Tate.

Desafortunadamente, nuestras afiladas y brillantes espadas japonesas estaban en el maletero y dudaba que Tate nos diera tiempo para agarrarlas.

“Lo enfrentaremos,” dije. “Y en caso de que tengamos que precipitarnos, deja la puerta abierta.” Sabiendo que Ethan podía manejar el Mercedes más efectivamente, le entregué las llaves, tomé aire y abrí la puerta.

Traducido por Luu

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