PERFECCIÓN // Capítulo 32

ROSTROS
transcrito por sidonie


Él se quedó mirándola, como era de esperar.

Aunque ella no hubiera gritado su nombre, David conocía su voz. Y después de todo estaba esperando su llegada, así que debía de haber imaginado quién se encontraba allí abajo desde el primer momento en que la oyó gritar. Pero por la manera en que la miraba parecía que estuviera viendo a otra persona.

“David,” dijo Tally de nuevo. “Soy yo.”

Él asintió, pero siguió sin decir nada. Con todo, a judgar por su semblante, Tally dedujo que no era un repentino sobrecogimiento lo que le impedía hablar.

David parecía estar buscando algo con la mirada, tratando de detectar lo que Tally había conservado de su antiguo rostro tras la operación, pero su expresión reflejaba incertidumbre… y un poco de tristeza.

David era más feo de lo que recordaba. Él príncipe imperfecto que Tally veía en sus sueños no tenía unas facciones desequilibradas tan inconexas ni unos dientes sin operar tan torcidos o amarillentos. Sus imperfecciones no eran tan exageradas como las de Andrew, por descontado. Su aspecto no parecía peor que el de Sussy o Dex, niños de ciudad que se habían criado con pastillas limpiadoras de dientes y parches de protección solar.

Pero, en cualquier caso, se trataba de David.

Incluso después de estar con los aldeanos, muchos de los cuales eran desdentados y tenían cicatrices por todas partes, Tally se sorprendió al ver el rostro de David. No porque fuera horroroso, que no lo era, sino porque era sencillamente mediocre.

No era un príncipe imperfecto. Era imperfecto, sin más.

Y lo raro era que, incluso mientras pensaba aquello, los recuerdos que llevaban tanto tiempo reprimidos se agolparon finalmente en su memoria. Tenía ante sí a David, el mismo que le había enseñado a hacer fuego, a limpiar y cocinar pescado y a orientarse por las estrellas. Habían trabajado codo con codo, y Tally había renunciado a su vida en la ciudad para quedarse con él en el Humo, movida por el deseo de vivir con él para siempre.

Todos aquellos recuerdos habían sobrevivido a la operación, ocultos en algún rincón de su cerebro. Pero su vida entre perfectos debía de haber cambiado algo incluso más profundo: la manera de verlo, como si aquel que tenía delante ya no fuera el mismo David.

Ambos permanecieron un rato en silencio.

Finalmente, David carraspeó.

“Deberíamos irnos de aquí. De vez en cuando mandan patrullas a estas horas del día.”

“Está bien” dijo Tally, mirando al suelo.

“Pero primero tengo que hacer esto.” David sacó de un bolsillo un dispositivo similar aun lector óptico de mano y se lo pasó por todo el cuerpo. El aparato no pitó en ningún momento.

“Qué, ¿llevo algún micrófono?” preguntó Tally.

David se encogió de hombros.

“Toda prudencia es poca. ¿No tienes una aerotabla?”

Tally negó con la cabeza.

“Se rompió en la huida.”

“Vaya. No es fácil cargarse una aerotabla.”

“Fue una larga caída.”

“Veo que sigues siendo la misma Tally de siempre,” dijo David, sonriendo. “Pero sabía que aparecerías. Mamá decía que probablemente habrías…” No acabó la frase.

“Estoy bien.” Tally levantó la vista del suelo y lo miró, sin saber muy bien qué decir. “Gracias por esperar.”


Se montaron los dos en la tabla de David. Tally era ahora más alta que él, así que se puso de pie a su espalda, cogiéndolo por la cintura. Se había desecho de las pesadas pulseras protectoras antes de emprender la larga caminata con Andrew Simpson Smith, pero aún llevaba el sensor sujeto al anillo ventral, lo que permitiría que la tabla notara su centro de gravedad y compensara el exceso de peso. Aún así, al principio avanzaron poco a poco.

El roce con el cuerpo de David, la forma en que se inclinaba para coger las curvas, todo le resultaba de lo más familiar… incluso su olor le evocaba recuerdos que se arremolinaban en su cabeza. (Tally no quería pensar en cómo debía de oler ella, pero David no parecía haber reparado en ello.) Le sorprendió ver hasta qué punto estaba recordando la memoria del pasado; parecía que los recuerdos que tenía de David habían estado aguardando el momento preciso para aparecer de golpe, ahora que él estaba a su lado. Al verse allí en la tabla, con David delante mirando al frente, el cuerpo de Tally pidió a gritos abrazarse a él con fuerza. Quería ahuyentar todos los pensamientos ridículos de perfecta que había tenido al volver a ver su rostro.

Pero ¿se sentía así únicamente porque David era imperfecto? Todo lo demás también había cambiado.

Tally sabía que debía preguntar por los demás, sobre todo por Zane. Pero se veía incapaz de pronunciar su nombre; no le salían las palabras. De hecho, estar allí montada en la tabla con David ya era casi demasiado para ella.

Seguía preguntándose por qué había sido Croy quien le había traído la cura. En la carta que Tally se había escrito a sí misma, se mostraba convencidísima de que David sería la persona que la rescataría. Al fin y al cabo, él era el príncipe de sus sueños.

¿Estaría aún enfadado por el hecho de que ella hubiera traicionado al Humo? ¿La culparía por la muerte de su padre? La misma noche que le había confesado todo a David, Tally regresó a la ciudad para entregarse, para convertirse en perfecta y así poder probar la cura. No había tenido oportunidad de decirle lo mucho que lo sentía. Ni siquiera habían podido despedirse.

Pero si David la odiaba, ¿por qué había sido él quien la esperaba en las ruinas y no Croy, o Zane? La cabeza le daba vueltas, casi como si tuviera una mente de perfecta, pero sin la parte divertida.

“No está muy lejos,” dijo David. “A unas tres horas quizá, yendo los dos en una misma tabla.”

Tally no respondió.

“No se me ha ocurrido traer otra. Debería haber imaginado que tú no tendrías, viendo lo que has tardado en llegar hasta aquí.”

“Lo siento.”

“No pasa nada. Simplemente tenemos que volar un poco más lento.”

“No. Siento lo que hice.” Tally se quedó callada. Decir aquello la había agotado.

David dejó que la tabla planeara hasta detenerse entre dos montañas de metal y hormigón, y se quedaron allí parados un buen rato, David con la vista al frente y Tally con la mejilla apoyada en su hombro y un escozor incipiente en los ojos.

“Creía que sabría qué decirte cuando volviera a verte,” dijo finalmente.

“Habías olvidado lo de la cara nueva, ¿verdad?”

“No lo había olvidado exactamente. Pero no pensaba que fuera a ser tan… diferente a ti.”

“Yo tampoco,” respondió Tally. Luego se dio cuenta de que sus palabras no tendrían sentido para David. Al fin y al cabo, el rostro de él no había cambiado.

David se dio la vuelta con cuidado y le tocó la ceja. Tally intentó mirarlo, pero no pudo. Notó el latido del tatuaje flash bajo los dedos de él.

Tally sonrió.

“Te choca, ¿no? No es más que una cosa de rebeldes, para ver quién está chispeante.”

“Sí, un tatuaje sincronizado con el latido de tu corazón… Ya me lo han contado. Pero no imaginaba que llevarías uno. Es tan… raro.”

“Pero por dentro sigo siendo yo.”

“Eso parece, viéndonos volar juntos.”

Dicho esto, David le dio la espalda e inclinó la tabla hacia delante para ponerla en movimiento.

Tally lo abrazó más fuerte, confiando en que no volviera a girarse. Aquella situación ya le resultaba lo bastante dura sin los sentimientos confusos que brotaban en ella cada vez que lo miraba. Seguro que él tampoco quería ver su rostro creado en la ciudad, con sus ojos enormes y su tatuaje animado. Cada cosa a su tiempo.

“Pero dime, David, ¿por qué vino Croy en tu lugar a traerme la cura?”

“Las cosas se torcieron. Yo iba a ir a por ti cuando volviera.”

“¿Cuándo volvieras? ¿De dónde?”

“Yo estaba en otra ciudad, buscando más imperfectos que quieran unirse a nosotros, cuando llegaron los especiales. Eran una legión y comenzaron a rastrear las ruinas de palmo a palmo; venían a por nosotros.” David cogió la mano de Tally y la estrechó contra su pecho. “Mi madre decidió que permaneciéramos lejos de allí durante un tiempo. Hemos estado escondidos en plena naturaleza.”

“Dejándome colgada en la ciudad,” dijo Tally antes de dar un suspiro. “Aunque supongo que a Maddy no le preocuparía mucho eso.” A Tally no le cabía duda de que la madre de David seguía culpándola por todo, es decir, por la desaparición del Humo y la muerte de Az.

“No tenía más remedio,” repuso David. “Nunca habíamos visto a tantos especiales. Era demasiado peligroso quedarse aquí.”

Tally respiró hondo, recordando la charla que había tenido con la doctora Cable.

“Supongo que Circunstancias Especiales ha estado reclutando gente últimamente.”

“Pero yo no me había olvidado de ti, Tally. Había hecho prometer a Croy que te llevaría las pastillas y la carta si a mí me ocurría algo; quería asegurarme de que tuvieras la posibilidad de escapar. Cuando comenzaron a desmantelar el Nuevo Humo, Croy supuso que tardaríamos en volver, así que se coló en la ciudad.”

“¿Le dijiste que viniera?”

“Pues claro. Lo tenía de reserva. Nunca te habría dejado sola allí dentro, Tally.”

“Oh.” La sensación de mareo volvió a apoderarse de ella, como si la tabla fuera una pluma que cayera al suelo dando vueltas. Tally cerró los ojos y abrazó a David más fuerte, aferrándose por fin a la solidez y realidad de su presencia, más poderosa que cualquier recuerdo. De repente sintió que algo salía de su interior, un desasosiego que no sabía que tuviera dentro de ella. La angustia que le provocaban sus sueños, la preocupación que le causaba la idea de que David la había abandonado… Todo ello se había debido a una mera confusión, a unos planes que habían salido mal, como en las historias de toda la vida cuando una carta no llegaba a tiempo o era remitida a la persona equivocada, y el secreto estaba en no suicidarse por ello.

Por lo visto, David había querido ir él mismo a buscarla.

“Aunque no estabas sola,” dijo él en voz baja.

Tally se puso tensa. Era de esperar que a aquellas alturas David supiera lo de Zane. ¿Cómo iba a explicar ella que había olvidado a David sin más? A la mayoría de la gente no le parecería una excusa muy convincente, pero él sabía todo lo relacionado con las lesiones… sus padres le habían enseñado desde pequeño lo que significaba tener una mente de perfecto. Tenía que entenderlo.

Naturalmente, la realidad no era tan sencilla. Tally no había olvidado a Zane, después de todo. Veía su hermoso rostro, demacrado y vulnerable, y el modo en que sus ojos dorados habían brillado justo antes de saltar desde el globo. Con su beso, Zane le había dado la fuerza necesaria para encontrar las pastillas, y había compartido la cura con ella. Así pues, ¿qué se suponía que debía decir?

Lo más fácil era:

“¿Cómo está?”

David se encogió de hombros.

“No es que esté fenomenal. Pero tampoco está tan mal, dadas las circunstancias. Tienes suerte de no haber sido tú, Tally.”

“La cura es peligrosa, ¿verdad? No funciona para todo el mundo.”

“Funciona perfectamente. Todos tus amigos la han tomado ya, y están bien.”

“Pero los dolores de cabeza de Zane…”

“Algo más que meros dolores de cabeza.” David suspiró. “Ya te lo explicará mi madre.”

“Pero ¿qué…?” Tally dejó que la pregunta se sumiera en el silencio. No podía culpar a David por no querer hablar de Zane. Al menos había obtenido respuesta a todas sus preguntas sin necesidad de formularlas. Los otros rebeldes habían llegado hasta allí y los habían encontrado y Maddy había podido ayudar a Zane; la huida había sido todo un éxito. Y ahora que Tally había llegado por fin a las ruinas todo marchaba de maravilla.

“Gracias por esperarme,” volvió a decir en voz baja.

David no contestó, y el resto del trayecto volaron sin mirarse ni una sola vez.

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