PERFECCIÓN // Capítulo 24

TRANSCRIPTO POR ISABEL

Capítulo 24: Sola.

Había una hermosa princesa encerrada en una torre alta, una torre en cuyas paredes inteligentes había agujeros igualmente inteligentes que la proveían de todo lo necesario: comida, un grupo de amigos fantásticos y prendas de ropa maravillosas. Y lo mejor de todo era el espejo que había en la pared, donde la princesa podía pasarse el dia contemplando su hermoso reflejo.

El único problema de la torre era que no tenía salida. Sus constructores habían olvidado poner un ascensor, o incluso unas escaleras. Así pues, la princesa estaba confinada allí arriba.

Un día se dio cuenta de que se aburria. Las vista de la torre, un paisaje de suaves colinas, campos de flores blancas y un bosque profundo y oscuro, la fascinaban. Comenzó a pasar cada vez más tiempo asomada a la ventana que mirándose en el espejo, como solía ocurrir con las chicas problemáticas.

Y estaba claro que no iba a aparecer ningun príncipe, o al menos se demoraba mucho en llegar.

Así que su única escapatoria era saltar.

El agujero de la pared le proporcionó una sombrilla preciosa con la que frenar la caída, un vestido nuevo fantástico con el que vagar por los campos y el bosque y una llave de latón con la que podría volver a entrar en la torre si lo necesitaba. Pero la princesa rió orgullosa y arrojó la llave al fuego, convencida de que no tendría nunca la necesidad de regresar a la torre. Sin mirarse por última vez en el espejo, salió al balcón y se lanzó al vacío.

Pero resultó que había un largo trecho hasta el suelo, que se hallaba mucho más lejos de lo que la princesa pensaba, y la sombrilla no le sirvió de nada. Mientras caía se dio cuenta de que tendría que haber pedido un arnes de salto, un paracaídas o algo más que util que una sombrilla.

La joven chocó con fuerza contra el suelo, donde se quedó hecha una piltrafa, dolorida y confusa, preguntándose por qué habrían salido así las cosas. No había ningún principe cerca que pudiera levantarla del suelo, el vestido nuevo había acabado destrozado y gracias a su orgullo no tenía forma de volver a entrar en la torre.

Y lo peor de todo era que allí fuera, en plena naturaleza, no había espejos donde poder mirarse, así que se quedó preguntandose si seguiría siendo bella... o si la caída habría cambiado la historia por completo.



Cuando Tally despertó de aquel sueño tan falso el sol había alcanzado el cenit. Se levantó como pudo del suelo, pues el barro la tenía apresada en un brazo envolvente. En algún momento de la noche el abrigo que llevaba puesto se había quedado sin pilas, convirtiéndose en una cosa fría pegada a su piel que seguía mojada después de pasar por el río y despedía un olor extraño. Tally se lo quitó y lo tendió sobre una piedra ancha con la esperanza de que pudiera secarse al sol.

Por primera vez en días no se veía una sola nube en el cielo, pero el aire se había vuelto frío, pues las temperaturas más altas que había traido la lluvia se habían ido con ella. Los árboles helados relucian al sol, y el lodo que cubría el suelo brillaba con una fina capa de escarcha que crujía bajo los pies de Tally.

La fiebre se había pasado, pero Tally se mareaba si permanecía de pie, así que se arrodilló junto a la mochila para revisar su contenido, es decir, la suma de todas sus pertenencias. Fausto había conseguido reunir algunos utensilios de superviviencia típicos de los habitantes del Humo: un cuchillo, un filtro de agua, un indicador de posición, un encendedor y unas cuantas bengalas de seguridad, junto con varias docenas de paquetes de jabón. Recordando lo valiosos que eran los alimentos deshidratados en el Humo, Tally había cojido comida para tres meses, toda envuelta en plastico impermeable, por suerte. Sin embargo, cuando vio los dos rollos de papel higienico que había metido en la mochila, dejó escapar un gruñido. Estaban tan mojados que habían quedado reducidos a mazacotes de plasta blanca hinchados y blandos. Tally los pueso en las rocas junto al abrigo, pero dudo de que mereciera la pena que se secaran.

Suspiró. Durante el tiempo que había pasado en el Humo, no había conseguido acostumbrarse a eso de limpiarse con hojas.

Tally vio el penoso montón de ramitas que había juntado la noche anterior, y recordó que había intentado prendenles fuego, dejándose llevar por el delirio hasta el punto de no pensar en la insensatez que habría cometido con ello, pues los aerovehículos de Circunstancias Especiales que perseguían el globo habrían localizado fácilmente un fuego en medio de la oscuridad.

Aunque aquella mañana no había rastro de posibles perseguidores en el cielo, Tally decidió alejarse del río hasta situarse a una distancia prudencial. Al no funcionarle el sistema térmico del abrigo, aquella noche se vería obligada a encender un fuego.

Pero lo primero era lo primero, y ante todo tenía que comer.

Tally bajo un dificultad hasta el río para llenar el depurador, y a cada paso que daba se le desprendían costras de barro seco de la cara y la ropa. Nunca había estado tan sucia, pero no pensaba bañarse en el agua helada, no sin un fuego con el que calentarse después. Quizá la fiebre de la noche anterior se le hubiera pasado gracias a que su sistema inmunologico de nueva perfecta había accionado con eficacia, pero estando en plena naturaleza no quería poner en riesgo su salud.

Naturalmente, Tally sabía que no era su salud lo que debía preocuparle. Zane tambien se hallaba ahí fuera, en alguna parte, quizá tan solo como ella. Fausto y él habían saltado casi al mismo tiempo, pero era posible que hubieran aterrizado a kilómetros de distancia el uno del otro. Si Zane sufría uno de sus ataques de camino a las ruinas, sin nadie al lado que pudiera ayudarlo...

Tally desterró aquel pensamiento. Lo unico que podía hacer en ese momento por Zane o por los demás era llegar a las ruinas por sí sola. Y para ello primero tenía que comer, y no preocuparse por cosas que escapaban a su control.

El depurador necesitó dos cargas antes de comenzar a filtrar suficiente agua pura del brazo de limo para preparar una comida. Tally eligió un paquete de VegeThai y puso a hervir el depurador; cuando el agua empezó a borbotear, no tardó en desprender el aroma recontituyentes de los fideos y las especias.

Cuando sonó el timbre del depurador para avisar que la comida estaba lista, Tally tenía un hambre canina.

Al acabarse la rasión de VegeThai cayo en la cuenta de que ya no tenía sentido pasar hambre, y se apresuró a calentar un paquete de FideCurry. Quizá abstenerse de comer les hubiera servido para librarse de las pulseras y mantenerse chispeantes, pero ahora ya no llevaba ninguna pulsera, y no había nada como estar en plena naturaleza, pasando frío y expuesta a todo tipos de peligros, para mantenerse chispeante. Allí fuera no tendría muchas posibilidades de caer en aquel estado de aturdimiento propio de los perfectos.

Después de desayunar, el indicador de posición le dio malas noticias. Tally tuvo que revisar dos veces sus calculos para dar credito a los resultados que arrojaban en cuanto a la distancia que había recorrido la noche anterior. Los vientos procedentes del mar habían llevado el globo hacia el este, en direccion opuesta a las Ruinas Oxidadas, y la corriente del río la había arrastrado otro largo trecho hacia el sur. Se encontraba a más de una semana de viaje a pie hasta las ruinas. Eso si iba en línea recta, y las líneas rectas no tenían cabida en aquel recorrido; tendría que sortear la ciudad dando un rodeo, sin salir ningun momento del bosque, donde tendría que esconderse para evitar que sus perseguidores la vieran desde el aire.

Tally se preguntó cuánto tiempo se molestarían los especiales en seguir buscandola. Por suerte, ignoraban que su aerotabla había desaparecido en el río, así que darían por sentado que viajaba volando cerca del río o de algún otro filón natural rico en yacimientos minerales.

Cuanto antes se alejara de la ribera, tanto mejor.

Tally recogió su lastimoso campamento con tristeza. En la mochila llevaba comida de sobra para todo el viaje, y en la montaña no tendría problemas para encontrar agua en abundancia después de las lluvias torrenciales de los últimos días, pero ya antes de iniciar su periplo se sentía derrotada. Por lo que les habían contado Sussy y Dex, los habitantes del Nuevo Humo no tenían un campamento permanente en las ruinas. Era posible que decidieran marcharse en cualquier momento, y ella estaba a una semana de distancia de allí.

Su única esperanza era que Zane y Fausto se quedaran en las ruinas, esperando a que apareciera. A menos que pensaran que la habían apresado, o que había muerto en la caída, o simplemente que se había acobardado.

No, se dijo, Zane nunca pensaría eso último de ella. Quizá estuviera preocupado, pero Tally sabía que la esperaría, por mucho que tardara en llegar.

Dando un suspiro, se ató a la cintura el abrigo aún mojado y se cargó la mochila sobre los hombros. De nada serviría preguntarse dónde estarían los demás: no tenía más remedio que encaminarse hacia las ruinas y confiar en que hubiera alguien esperándola a su llegada.

No tenía ningún sitio a donde ir.

El camino a través del bosque era duro, y cada paso suponía una batalla. La vez que Tally habia ido al Humo había bajado la mayor parte del tiempo en aerotabla, y cuando se había visto obligada a caminar a campo a traves los había hecho por senderos abiertos. Pero ahora estaba rodeada de una naturaleza virgen, hostil e impacable. La densa maleza le tiraba de los pies, intentando hacerla tropezar con espesos matorrales, raíces que se enredaban en los tobillos e impenetrables muros de espino.

Entre los árboles seguía resonando el aguacero. Las agujas de pino relucian con la escarcha, que el calor del día transformaba poco a poco en agua, generando una lluvia constante de una neblina fria y centelleante. Era como un esplendido palacio de hielo, con rayos de sol que se filtraban entre los arboles y que se veían en la niebla como un laser atravesando una cortina de humo. Pero cada vez que Tally osaba rozar una rama, esta descargaba sobre su cabeza el agua helada que acumulaba.

Tally rememoró el viaje al Humo a traves del bosque milenario, que había acabado devastado por las malas hierbas creadas por la ingeniería biológica de los oxidados. Al menos, caminar por aquel paisaje allanado había sido mas facil que hacerlo por el denso sotobosque que se extendía ahora a su alrededor. A veces casi podían entenderse las razones que habían tenido los oxidados para tratar de destrozar la naturaleza con tanto ahínco.

La naturaleza podía ser un incordio.

En su lento avance, su lucha con el bosque comenzó a ser una cuestión cada vez más personal. Las zarzas en las que se quedaba enganchada parecían ser casi conscientes de su presencia, acorralándola para que siguiera el camino que ellas querían, sin importar lo que le marcara el indicador de dirección. La espesa maleza se abría en una falsa muestra de hospitalidad, ofreciéndole sendas despejadas que no llevaban a ninguna parte. Caminar en línea recta era imposible. Se hallaba en plena naturaleza, no en una autopista creada por los oxidados que atravesaba montañas y desiertos sin consideración alguna hacia el terreno.

Pero, a medida que avanzaba la tarde, Tally fue convendiéndose poco a poco de que estaba siguiendo un camino de verdad, como la sendas naturales que los preoxidados habían empleado hacía un milenio.

Recordó lo que David le había dicho en el Humo, que la mayoría de los senderos los habían hecho originariamente loa animales. Ni siquiera a los ciervos, los lobos o los perros salvajes les gustaba tener que abrirse paso por la vegetación virgen. Al igual que hacían los humanos, los animales seguían transitando los mismos caminos generación tras generación, manteniendo su trazado a través del bosque.

Naturalmente, Tally siempre había creido que las sendas de los animales era algo que solo David podía ver, pues alhaberse criado en plena naturaleza era casi como un preoxidado. Pero, a medida que las sombras la envolvían, Tally descubrió que el camino se volvía cada vez más facil y recto, como si hubiera topado con una extraña fisura en medio de la selva.

Una sensación lacerante comenzó a corroerle por el estómago. El sonido de las gotas de agua que caían de los árboles aquí y allá empezó a jugar con su mente, y notó los nervios a flor de piel, como si se sintiera obsevada.

Seguramente sería su vista de nueva perfecta, que le permitía localizar las sutiles huellas que dejaban los animales a su paso. Por lo visto, había desarrollado más habilidades de las que creía durante su estancia en el Humo. Aquel camino debían de haberlo hecho los animales, pues no había ser humano que pudiese vivir allí. No tan cerca de la ciudad, donde los especiales habrían detectado su presencia décadas atrás. Ni siquiera los habitantes del Humo tenían conocimiento de que hubiera otras comunidades instaladas en las afueras de las ciudades. Hacía dos siglos que los hombres habían decidido abandonar la naturaleza a su suerte.

Abandonada a su suerte, se dijo Tally, recordando su propia situación. Allí fuera no había nadie más que ella. Estaba sola. Y, por extraño que pareciera, no tenía claro si el hecho de ser la única persona que había en el bosque le hacía sentir más miedo o menos.

Finalmente, al ver que el cielo adquiría un tono cada vez más rosado, Tally decidió hacer un alto en el camino. Encontró un claro abierto donde el sol había dado de lleno todo el día, secando quiza la leña suficiente para que pudiera arder. La caminata le habia hecho sudar tanto que llevaba la camiseta pegada al cuerpo, y en ningún momento había tenido la necesidad de ponerse el abrigo, pero sabía que, una vez que se pusiera el sol, el aire se volvería gélido de nuevo.

No le fue difícil encontrar ramitas secas, y sopesó unos cuantos troncos pequeños en busca del más ligeros, deduciendo que sería el que contendría menos agua. Tally había recuperado todos los conocimientos adquiridos en el Humo, sin conservar un ápice de la mentalidad de perfecta tras la huida. Ahora que estaba fuera de la ciudad, la cura tenía un efecto permanente en su mente.

No obstante, vaciló por un momento antes de poner sobre la leña el encendedor, quedándose con él en la mano presa de la paranoia. Seguía oyendo los sonidos del bosque... El agua que goteaba de los árboles, el piar de los pájaros, el correteo de animales pequeños entre las hojas mojadas... Y no podía dejar de imaginar que algo la observaba desde los huecos en penumbra que había entre los árboles.

Tally suspiró. Tal vez siguiera pensando como una perfecta, inventando historias irracionales sobre el bosque vacío. Cuanto más tiempo pasaba sola allí fuera, más entendía que los oxidados y sus predecesores hubieran llegado a creer en seres invisibles, y que rezaras para apaciguar a los espíritus mientras destrozaban el mundo natural que tenían a su alrededor.

Pero Tally no creía en espíritus. Lo único que debía preocuparla eran los especiales, y estos estarían buscándola a lo largo del río, a kilómetros de distancia del lugar donde había acampado. Había anochecido mientras apilaba la leña, y no tardaría mucho en helar. No podía arriesgarse a tener fiebre, allí sola.

El encendedor que sostenía en la mano cobró vida, y Tally lo acercó a las ramitas hasta que se encendió una llama. Poco a poco fue alimentando el fuego con ramas cada vez más grandes, hasta que consiguió que fuera lo bastante fuerte para que prendiera en el más ligero de los troncos, y luego agregó los demás para que se secaran.

Tally tuvo que echarse hacia atrás ante la intensidad que adquirieron enseguida las llamas, y por primera vez en días sintió que el calor le llegaba a los huesos.

Mientras contemplaba las llamas, sonrió. La naturaleza era dura, y podía ser peligrosa, pero a diferencia de la doctora Cable, de Shay o de Peris –a diferencia de las personas, en general-, tenía sentido. Los problemas que planteaban podían resolverse aplicando la razón. Que hacía frío, pues encendías una hoguera. Que tenías que r a alguna parte, pues ibas allí caminando. Tally sabía que podía llegar a las ruinas, con o sin aerotabla. Y una vez allí daría finalmente con Zane y el Nuevo Humo, y todo iría bien.

Tally intuyó con alegría que aquella noche dormiría bien. Incluso sin tener a Zane a su lado, había logrado superar su primer día de libertad en plena naturaleza, y seguía chispeante y sana y salva.

Se tumbó mientras contemplaba las brasas del fuego que ardían junto a ella, brindándole el mismo calor que un viejo amigo. Al cabo de un rato comenzaron a pesarle los párpados, hasta que al final se le cerraron los ojos.

Tally estaba sumida en un agradable sueño cuando los gritos la despertaron.

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