Friday Night Bites / Capítulo 18

CAPITULO DIECIOCHO: EN LAS ESTANTERÍAS

“Es tarde, no?” Parpadeé alejándome del texto negro y alcé la vista, encontré a Ethan caminando hacia mi mesa. Mi solución de inmersión había funcionado – siquiera había escuchado la puerta de la biblioteca abrirse.
“Lo es?” giré mi muñeca para comprobar la hora en mi reloj, pero antes de leer el disco, él anunció, “son casi las tres en punto. Pareces estar absorta.”
Más de una hora había pasado, entonces, desde que habíamos ido por caminos separados. Había estado sentada en la silla con mi espada colocado a mi lado, las Pumas descartadas bajo la mesa, piernas cruzadas, por la mayor parte de ese tiempo.
Rasqué mi frente y eché un vistazo abajo hacia el libro ante mí. “Revolución Francesa,” le conté.
Ethan parecía confundido y cruzó sus brazos sobre su pecho. “Revolución Francesa? Con qué finalidad estás investigando la Revolución Francesa?”
“Porque nosotros, yo, tendré una mejor comprensión de quién es ella, de tras de qué anda, si sabemos de dónde provino.”
“Te refieres a Celina.”
“Ven aquí,” le dije, hojeando a través del libro para localizar el pasaje que había hallado más temprano. Cuando alcanzó el lado opuesto de la mesa, giré el libro hacia él y golpeteé con un dedo sobre el párrafo relevante.
Frunciendo el ceño, se apoyó con las manos sobre la mesa, y leyó en voz alta. “La familia Navarro era propietaria de sustanciales fincas en la región de Borgoña en Francia, incluyendo un châteaux (castillo) cercano a Auxerre. El 31 de Diciembre de 1785, la hija mayor, Marie Collette, nació.” Elevó la mirada. “Esa sería Celina.”
Asentí. Celina Desaulniers, de soltera, Marie Collette Navarro. Los vampiros cambiaban identidades con cierta frecuencia, una carga del ser inmortal, el hecho de que tú sobrevivas a tu nombre, tu familia. Eso tendía a hacer a los humanos algo suspicaces; por ende, los nombres se cambiaban.
Por supuesto, Ethan había sido vampiro por casi dos centurias antes de que Celina hubiera sido destello en los aristócratas ojos de sus padres, y ella era un miembro del PG. Él probablemente desde hacía tiempo había memorizado su nombre, fecha de nacimiento y pueblo natal. Pero pensé que las próximas oraciones, ocultas a un lado de esta pequeña biografía de un vampiro muerto hace tiempo, puede que fueran más interesantes.
“Marie,” continuó, “aunque nació en Francia, fue llevada de contrabando a Inglaterra en 1789 para evadir las más duras persecuciones de la Revolución. Se volvió fluida en inglés y fue considerada altamente inteligente y de una exótica belleza. Fue criada como una prima lejana de la familia Grenville, quienes ostentaban el Ducado de Buckimgham. Se asumió que la Srita Navarro se casaría con George Herbert, Vizconde de Penbridge, pero la pareja nunca fue formalmente prometida. La familia de George más tarde anunciaría su compromiso con la Srita Anne Dupree, de Londres, pero George desapareció horas antes de que la boda tuviera lugar.”
Ethan hizo un sonido de interés, me miró. “Deberíamos alzar alguna apuesta acerca de la disposición del pobre George?”
“Desafortunadamente, eso es innecesario a toda costa. Y nosotros (cortado)
Frunció el ceño, pero sin quitar su mirada del libro, extendió la silla delante de él. Se acomodó a sí mismo en ella, cruzando una pierna sobre la otra, luego acomodó el libro en su mano derecha, la izquierda en su regazo.
“El cuerpo de George fue encontrado cuatro días más tarde,” continuó. “Al día siguiente, Anne Dupree se fugó con el primo de George, Edward.” Ethan cerró el libro, lo colocó sobre la mesa, y me frunció el ceño. “Presumo me has hecho dar un paseo a través de la historia social inglesa por algún motivo?”
“Ahora estás listo para la línea de golpe,” le dije y saqué de mi pila un delgado volumen encuadernado en cuero, éste proveyendo información biográfica acerca de los actuales miembros del Presidio de Greenwich. Volví hacia la página que había señalado y leí en voz alta: “Harold Monmonth, ostentando la cuarta posición del Presidio y ejerciendo como Orador del Consejo, nació como Edward Fitzwil Liam Dupree en Londres, Inglaterra, en 1774.” Elevé mi vista del libro, observé las conexiones formarse en su expresión.
“De modo que ella y Edward, o Harold – qué- complotaron juntos? Para matar a George?”
Cerré el libro, lo coloqué sobre la mesa. “Recuerdas lo que ella dijo en el parque, justo antes de que intentara filetearte? Algo acerca de los humanos siendo insensibles, acerca de un humano rompiendo su corazón? Bueno, permíteme poner esto para ti desde la perspectiva femenina. Estás viviendo en un país extranjero con tus primos ingleses porque has sido contrabandeada fuera de Francia. Eres considerada una belleza exótica, prima de un duque, y a la edad de diecinueve, te atrapas al primer hijo de un vizconde. Ese es nuestro George. Lo quieres, tal vez lo amas. Ciertamente amas que has sido capaz de atraerlo. Pero justo cuando piensas que has sellado el trato, el noble de George te dice que se ha enamorado de la hija de un mercadista de Londres. Un (cortado)
“Los planes están hechos,” Ethan repitió, asintiendo, “y dos miembros del Presidio tienen un asesinato entre ellos. El Presidio que liberó a Celina a pesar de lo que había hecho en Chicago.”
Asentí en respuesta. “Por qué molestarte en poner en trance a los miembros del Presidio con tu glamour, o recaer en tus encantos, como tú dices, cuando tienes esa clase de historia compartida? Cuando compartes una creencia mutua en el descarte de seres humanos?”
Ethan entonces miró hacia la mesa, parecía considerar lo que había oído. Un suspiro, luego alzó su mirada hacia la mía nuevamente. “Nunca podremos probar esto.”
“Lo sé. Y creo que esta información no debería salir de la Casa, no hasta que estemos más seguros de quiénes son nuestros amigos. Pero si estamos tratando de predecir qué puede llegar a hacer ella, quienes son sus amigos, ésta es la mejor forma de comenzar. Bueno,” añadí, “esta es la mejor forma para mí de comenzar.” Miré a través de la mesa llena de libros, libretas abiertas, bolígrafos sin tapas – un tesoro de información, a la espera de ser conectado. “Sé cómo buscar en un archivo, Ethan. Esa es una de las habilidades de las cuales no tengo dudas.”
“Es lamentable que tu mejor fuente te deteste.”
Eso me hizo sonreír. “Puedes imaginar la apariencia en el rostro de Celina si la llamo y le pido que venga a sentarse conmigo? Decirle que quiero entrevistarla?”
Sonrió en forma burlona. “Puede que ella aprecie la prensa.” Miró a su reloj. “Y hablando de la prensa, los Maestros debieran estar por aquí con los resultados de sus investigaciones dentro de una hora.”
No fue la mejor cosa que escuché en todo el día, que tendría que enfrentar a Morgan nuevamente, pero comprendía que era necesario.
“Espero mantener esto contenido, pero claramente alcanzamos el punto donde los otros Maestros necesitan ser traídos a bordo.” Aclaró su garganta, moviéndose incómodamente en su silla, luego alzó sus helados ojos verdes hacia los míos. “No preguntaré que pasó en casa de tus padres con Morgan, pero te necesito allí. Dejando a un lado tu posición, fuiste testigo de la reunión con los Breckenridge, de sus acusaciones.”
Asentí. Comprendía la necesidad. Y le dí puntos por la diplomacia al mencionarlo. “Lo sé.”
Él asintió, a continuación recogió un pequeño libro de historia nuevamente, comenzó a hojear a través de las páginas. Supuse que planeaba esperar en la biblioteca hasta que ellos arribaran. Me acomodé en mi asiento, un poquito incómoda ante la compañía, pero una vez que se acomodó, y cuando estuve razonablemente confiada de que tenía la intención de leer calladamente, retorné a mis notas.
Los minutos pasaron pacíficamente. Ethan leía, armaba estrategias o planificaba o lo que fuera que estaba haciendo en su lado de la mesa, ocasionalmente tecleando en su BlackBerry que había sacado de su bolsillo, mientras yo continuaba hojeando los libros de historia delante de mí, buscando información adicional acerca de Celina.
Estaba comenzando un capítulo sobre las Guerras Napoleónicas cuando sentí la mirada de Ethan. Mantuve mis ojos bajos por un minuto, luego dos, antes de desistir y elevar mis ojos. Su expresión estaba en blanco.
“Qué?”
“Eres una erudita.”
Regresé a mi libro. “Hemos hablado acerca de esto antes. Unas noches atrás, si no lo recuerdas.”
“Hemos hablado acerca de tu incomodidad social, de tu amor a los libros. No del hecho de que pasas más tiempo con un libro en tu mano del que pasas con tus compañeros de la Casa.”
La Casa Cadogan aparentemente estaba repleta de espías. Alguien estaba reportando nuestras actividades a quien sea que estaba amenazando a Jamie, y alguien, al parecer, había estado reportando mis actividades a Ethan.
Me encogí de hombros tímidamente. “Me gusta la investigación. Y dada la ignorancia que en repetidas ocasiones has señalado, la necesito.”
“No quiero ver que te escondas de ti misma en esta habitación.”
“Hago mi trabajo.”
Ethan regresó su mirada a su libro. “Lo sé.”
La habitación estaba en silencio nuevamente hasta que él se movió en su silla, la madera crujiendo al tiempo que se acomodaba. “Estas sillas no son del todo confortables.”
“No vengo hasta aquí por mayor comodidad.” Alcé la vista, le di una sonrisa predadora. “Eres libre de trabajar en tu oficina.”
No tenía ese lujo. Todavía.
“Sí, estamos todos emocionados ante tu dedicación.”
Hice rodar mis ojos, picada por la acumulación de sutiles insultos. “Entiendo que no tengas ninguna confianza en mi ética de trabajo, Ethan, pero si vas a pensar en insultos, podrías hacerlo en alguna otra parte?”
Su vos fue plana, calma. “No tengo ninguna duda acerca de tu ética de trabajo, Centinela.”
Empujé hacia atrás mi silla, luego caminé alrededor de la mesa hacia la pila de libros sobre uno de los extremos. Moví la pila hasta que hallé el libro que necesitaba. “Podrías haberme engañado,” murmuré, hojeando a través del índice y siguiendo las entradas en orden alfabético con la punta del dedo.
“No las tengo,” dijo a la ligera. “Pero eres tan – qué me dijiste una vez?” – miró para arriba, observando distraídamente hacia el techo. “Ah, que yo era fácil de aguijonear? Bueno, Centinela, tú y yo tenemos eso en común.”
Arqueé una ceja. “De modo que, en el medio de una crisis, porque estás enojado con Celina y los Breckenridge, vienes hasta aquí para sacarme de quicio a mi? Eso es madurez.”
“Perdiste por completo mi punto.”
“No me había dado cuenta de que tenías uno,” murmuré.
“Lo encuentro lamentable,” dijo Ethan, “que esto sea lo que tu vida pudo haber sido.”
Evadíamos, usualmente, el asunto de mi disertación. De mi doctorado. Del hecho que él me había sacado de la Universidad de Chicago luego de convertirme en un vampiro. Me había ayudado, y por ende, él indirectamente no ahondaba en ello. Pero que él lo insultara, insultara lo que había hecho, lograba alcanzar un nuevo nivel de pretencioso.
Miré hacia él, palmas sobre la mesa. “Qué se supone que signifique eso?”
“Significa que si hubieras terminado tu tesis, obtenido una cátedra en laguna universidad liberal de la Costa Este, y luego qué? Te comprarías una casa de campo y renovaría esa caja sobre ruedas a la que llamas auto, y pasarías la mayor parte de tu tiempo en tu diminuta oficina enfocándote en pequeños detalles de anticuados conceptos literarios.”
Me paré recta, crucé mis brazos sobre mi pecho, y tuve que tomarme un momento a fin de evitar contestarle bruscamente. Y sólo hice eso porque él era mi jefe.
Aún así, mi tono fue glacial. “Enfocándome en pequeños detalles de anticuados conceptos literarios?”
Su ceja arqueada me desafió a responder.
“Ethan, hubiera sido una vida tranquila, eso lo sé. Pero habría sido completamente satisfactoria.” Miré hacia abajo a mi katana. “Tal vez un poco menos aventurera, pero satisfactoria.”
“Un poco menos?”
Su voz era tan sarcástica que casi impresionaba. Lo tomé como arrogancia vampírica que no pudiera creer que la vida ordinaria de los seres humanos fuera en alguna forma gratificante.
“Excitantes cosas pueden suceder en los archivos.”
“Tales como?”
Piensa, Merit, piensa. “Podría develar un misterio literario. Encontrar un manuscrito perdido. O, el archivo podría estar embrujado,” sugerí, tratando de pensar en algo más próximo a su especialización.
“Esa es una gran lista, Centinela.”
“No todos podemos ser soldados convertidos en Maestros vampiros, Ethan.” Y gracias al cielo por eso. Uno de él ya era más que suficiente.
Ethan se inclinó hacia delante, sujetó los dedos sobre la mesa, y me miró. “Mi punto, Centinela, es éste: en comparación a este mundo, a tu nueva vida, tu vida como humana hubiera sido un encierro. Hubiera sido una vida pequeña.”
“Hubiera sido una vida de mi elección.” Con la esperanza de terminar esa particular línea de conversación, cerré el libro que había pretendido estar observando. Lo recogí, junto con un par de sus compañeros, y los llevé de regreso a sus estantes.
“Hubiera sido un desperdicio de ti.”
Afortunadamente, estaba de frente a las estanterías cuando él ofreció ese pequeño bocadillo, no creo que hubiese apreciado mi rodar de ojos o la mímica. “No puedes parar de llenarme de halagos,” le dije. “Ya te he conseguido que vieras a mi padre y el alcalde.”
“Si tú crees que eso resume nuestras interacciones durante la última semana, te has perdido el punto.”
Cuando escuché el deslizar de su silla, me detuve, una mano sobre el lomo de un libro acerca de las costumbres bebedoras francesas. Empujé el libro de regreso en la línea con sus camaradas y dije como quien no quiere la cosa, “Y me has insultado nuevamente, lo cual significa que estamos de regreso en la senda.”
Recogí el siguiente libro en mi pila, mis ojos explorando el sistema de números decimales de Dewey sobre las estanterías para localizar su hogar.
En otras palabras, estaba tratando muy, muy duramente, en no pensar acerca del sonido de pisadas detrás de mí, o en el hecho de que se estaban acercando.
Lo interesante es que todavía no me había movido fuera de su camino.
“Mi punto, Centinela, es que eres más que una mujer que se esconde en una biblioteca.”
“Hmm,” dije con indiferencia, deslizando el último libro dentro de su hogar. Sabía que se venía. Lo podía escuchar en su voz – el bajo, espeso zumbido en la misma. No sabía por qué lo estaba intentando, dado sus aparentemente conflictuados sentimientos hacia mí, pero éste era el preludio de la seducción.
Pisadas, y luego, estaba a mi lado, su cuerpo detrás del mío, sus labios en el lugar de la piel justo por debajo de mi oído. Podía sentir el calor de su aliento contra mi cuello. El aroma de él – limpio, jabonoso, casi incómodamente familiar. Tanto como el deseo de ello me molestaba, deseaba hundir mi espalda contra él, dejarlo envolverme.
Parte de eso, sabía, era la genética vampira, el hecho de que él me transformó, alguna clase de conexión evolutiva entre Maestro y vampiro.
Pero parte de ello era mucho, mucho más simple.
“Merit.”
Parte de ello era chico y chica.
Sacudí mi cabeza. “No, gracias.”
“No lo niegues. Deseo esto. Tú deseas esto.”
Dijo las palabras, pero la entonación de ellas estaba mal. Irritada. No las palabras del deseo, sino una acusación. Como si peleáramos la atracción y no hubiéramos sido lo suficientemente fuertes como para resistirla, y estábamos peor por ello.
Pero si Ethan la peleaba, no se resistió. Se inclinó, una mano en mi cintura, su cuerpo tras el mío, y rozó sus dientes contra la sensible piel de mi cuello. Largué una bocanada de aire con el estremecimiento, mis ojos desorbitándose, la vampiro en mi interior encantada por la innata dominancia del acto. Traté de abrirme paso hacia la superficie a través de la lujuria en aumento, y cometí el error de voltearme, enfrentarlo. La intensión había sido darle un para-qué, enviarlo lejos, pero él tomó completa ventaja de mi cambio de posición.
Ethan se presionó más cerca, una mano a cada lado mío, los dedos sujetando los estantes, enmarcando mi cuerpo con el suyo, y miró hacia abajo, hacia mí, ojos tan verdes como esmeraldas cortadas. Alzó una mano hacia mi rostro, acarició mi labio con su pulgar. Sus ojos se volvieron color mercurio, un certero signo de su apetito. De su excitación.
“Ethan,” dije, un momento de duda, pero sacudió su cabeza, su mirada cayendo a mis labios, luego cerrándose. Se inclinó más cerca, sus labios apenas rozando los míos. Jugueteando, provocando, pero no del todo besando. Mis párpados cayeron, y sus manos estaban en mis mejillas, sus dedos en mi mandíbula, su respiración entrecortada y agitada al tiempo que sus labios trazaban un sendero, presionando besos contra mis ojos cerrados, mis mejillas, todas partes excepto mis labios.
“Eres mucho más que eso.”
Fueron las palabras las que me hicieron entrar, las que sellaron mi destino. Mi centro se volvió líquido, mi cuerpo zumbando, las extremidades lánguidas mientras él trabajaba para excitarme, para incitarme.
Abrí mis ojos y miré hacia arriba a él, al tiempo que se echaba para atrás, sus ojos amplios e intensos e increíblemente verdes. Era tan hermoso, sus ojos sobre mí, el claro deseo, cabello dorado alrededor de su rostro, pómulos ridículamente perfectos, una boca que tentaría a un santo.
“Merit,” dijo a duras penas, luego inclinó su frente contra la mía, pidiendo por mi consentimiento, mi permiso.
No era una santa.
Mis ojos bien amplios, decisión tomada y al demonio con las repercusiones, asentí.

Traducido por Chloe♥♥

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