PERFECCIÓN // Capítulo 26

TRANSCRIPTO POR CHUPI

Capítulo 26: “Sangre joven”

Tardaron alrededor de una hora en llegar al campamento de los cazadores. Con las antorchas apagadas, el grupo siguió senderos sumidos en la más absoluta oscuridad y vadeó arroyos helados sin decir una palabra en todo el trayecto. Los guías de Tally dieron prueba de una extraña mezcla de tosquedad y destreza. Aquellos imperfectos eran bajos y lentos, y algunos incluso estaban desfigurados y arrastraban los pies, cargando todo el peso de su cuerpo en una sola pierna. Olían como si nunca se hubieran bañado y llevaban un calzado tan exiguo que tenían los pies llenos de cicatrices. Pero conocían el bosque como la palma de su mano, y se movían con soltura a través de la densa maleza, guiando a Tally con paso certero en medio de la oscuridad. Los cazadores no utilizaban indicadores de dirección ni se detenían siquiera a consultar las estrellas.
Las sospechas que Tally había abrigado el día anterior resultaron ser ciertas. Aquellas montañas estaban surcadas de caminos hechos por el hombre. Las sendas que a la luz del día apenas había llegado a entrever parecían abrirse ahora, como por arte de magia, en medio de la oscuridad, mientras el anciano que la guiaba torcía a diestro y siniestro sin vacilar. El grupo avanzaba en fila, sin hacer más ruido que una serpiente reptando entre hojas.
Al parecer, los cazadores tenían enemigos. Tras el cacofónico ataque que habían lanzado sobre ella, Tally no los habría imaginado capaces de moverse con sigilo ni astucia. Pero ahora se enviaban señales de una punta a otra de la fila, con chasquidos y sonidos que imitaban el piar de las aves en lugar de las palabras. Parecían perplejos cuando Tally se tropezaba con una raíz o enredadera invisible, y nerviosos cuando soltaba una sarta de insultos a consecuencia de ello. Tally se percató de que no les gustaba andar desarmados. Tal vez lamentaran haber destrozado los garrotes ante la primera muestra de desagrado de aquel ser al que consideraban una deidad.
Mala suerte, pensó Tally. Por muy amistosos que se hubieran vuelto los cazadores, Tally se alegraba de que se hubieran deshecho de los garrotes, por si acaso cambiaban de opinión. A fin de cuentas, si no hubiera caído al agua, eliminando con ello todo el barro y la mugre que cubría su rostro de perfecta, era poco probable que en aquellos momentos siguiera viva.
Fueran quienes fueran los enemigos de los cazadores, debían de tenerse mucho rencor.



Antes de que llegaran al poblado, Tally percibió su proximidad por el olfato. El olor hizo que arrugara la nariz con un gesto de disgusto.
No era solo el aroma a humo de leña, ni el olor aún menos agradable a animales muertos que reconocía después de haber visto cómo mataban pollos y conejos para comer en el Humo. El olor que le llegaba desde el campamento de los cazadores era mucho peor, y le recordaba a las letrinas al aire libre que se utilizaban en el Humo. Aquel era un aspecto de la vida en plena naturaleza al que nunca había llegado a acostumbrarse. Por suerte, el hedor fue disminuyendo a medida que el poblado aparecía ante su vista.
El campamento no era muy grande, apenas una docena de chozas hechas de barro y juncos, con unas cuantas cabras que reposaban atadas a ellas varios huertos cuyos surcos proyectaban sombras agitadas a la luz de las estrellas. En medio de todo había un gran almacén, pero Tally no vio ningún otro edificio grande.
Los límites del poblado, iluminados con hogueras, estaban custodiados por centinelas armados. La proximidad del hogar inspiró a los cazadores la seguridad suficiente para alzar la voz de nuevo y celebrar a los cuatro vientos que habían vuelto…con un visitante.
La gente comenzó a salir de las chozas y el alboroto fue en aumento a medida que el pueblo iba despertando. Tally se encontró en el centro de una multitud de rostros curiosos. A su alrededor se formó un corro, pero los adultos no osaban acercarse demasiado a ella; era como si la fuerza de su belleza los mantuviera alejados, obligándolos además a evitar su mirada.
Los más pequeños, en cambio, mostraban más valor. Algunos incluso se atrevieron a tocarla, acercándose a ella para posar una mano en su chaqueta plateada antes de volver al corro. A Tally le extrañó ver niños allí, en plena naturaleza. A diferencia de los mayores, los críos le parecieron casi normales. Eran demasiado jóvenes para que la mala nutrición y las enfermedades hubieran hecho estragos en su piel y, naturalmente, ni siquiera en la ciudad se operaba a nadie que no hubiera cumplido los dieciséis. Estaba acostumbrada a ver niños con rostros asimétricos y ojos bizcos, pero aquellos eran muy guapos.
Tally se arrodilló y alargó la mano, dejando que el más valiente de todos le acariciara la palma de la mano con gesto nervioso.
Asimismo, era la primera vez que veía mujeres. Dado que casi todos los hombres llevaban barba, era fácil distinguir ambos sexos. Las mujeres se quedaron detrás del corro, cuidando de los más pequeños sin atreverse apenas a lanzar una rápida mirada a Tally. Unas cuantas estaban haciendo fuego en un hoyo ennegrecido que había en el centro del poblado. Tally observó que ningún hombre se molestaba en ayudarlas.
En su memoria tenía el vago recuerdo de lo que había aprendido en el colegio sobre la costumbre de los preoxidados de asignar distintas tareas a hombres y mujeres. Y, por lo que recordaba, las mujeres se encargaban normalmente de los trabajos más ingratos. Incluso había algunos oxidados obstinados que se habían negado a dejar atrás aquel pequeño truco. El mero hecho de pensar en ello le revolvió el estómago, y Tally confió en que aquellas reglas no fueran aplicables a los dioses.
Se preguntó a qué se debería exactamente la condición divina que aquella gente le atribuía. Tally tenía el encendedor y el resto del material en la mochila, que había podido recuperar antes de que los cazadores emprendieran con ella el trayecto de vuelta al poblado. Pero ninguno de los presentes había visto todavía los milagros que podía hacer con todo ello. Tan solo había bastado una mirada. Por lo que sabía de mitología, ser una divinidad implicaba algo más que tener una cara bonita.
Naturalmente, ella no era la primera perfecta que veían. Al menos algunos de ellos conocían la lengua de Tally. Y puede que también supieran algo de alta tecnología.
Alguien gritó desde fuera del corro y la multitud se separó frente a Tally mientras se hacía el silencio. Un hombre entró en el círculo; pese al frío que hacía, iba con el torso desnudo. Caminaba con un aire de autoridad inconfundible, y se abrió paso en el campo de fuerza divina que irradiaba Tally hasta quedar aproximadamente a un metro de distancia de ella. El hombre era casi de su estatura y destacaba como un gigante entre los demás. Asimismo, parecía fuerte, enjuto y duro, aunque Tally suponía que sus reflejos no podían competir con los de ella. A la luz del fuego, sus ojos brillaron con curiosidad más que con temor.
Tally no tenía la menor idea de la edad que debía tener. Su rostro presentaba algunas arrugas como en el caso de un perfecto mediano, pero tenía la piel en mejor estado que los demás. ¿Sería más joven que la mayoría de ellos? ¿O simplemente estaría más sano?
Tally se fijó también en que llevaba un cuchillo, el primer utensilio de metal que veía. Ante el brillo del plástico negro mate del mango del mango arqueó una ceja; aquel cuchillo tenían que haberlo fabricado en la ciudad.
- Bienvenida - dijo.
Así que también hablaba la lengua de los dioses.
- Gracias.
- No estábamos al corriente de vuestra llegada. Llevábamos muchos días sin noticias.
¿Acaso los dioses avisaban antes de hacer una visita?
- Perdón. Quiero decir…lo siento – farfulló Tally, pero su respuesta solo pareció servir para confundir a su interlocutor. Quizá no fuera de esperar que los dioses se disculparan.
- Estábamos confundidos – explicó el hombre -. Vimos la hoguera y pensamos que se trataba de un intruso.
- Sí, ya lo sé. No pasa nada.
El hombre trató de sonreír, pero de repente frunció el ceño y sacudió la cabeza.
- Seguimos sin entender.
Ni tú ni yo, pensó Tally.
El acento del hombre sonaba un tanto extraño, como si fuera de otra ciudad del continente, pero no de otra civilización. Por otro lado, parecía carecer de las palabras necesarias para formular las preguntas que quería hacer, como si no estuviera acostumbrado a conversar con los dioses. Seguramente estaría buscando la forma de decir: “Pero ¿qué demonios haces tú aquí?”.
Fuera cual fuera el concepto de la divinidad que tenía aquella gente, era evidente que Tally no se correspondía del todo con él. E intuía que si llegaban a la conclusión de que no era un dios, solo quedaría una categoría en la que podría encajar: la de intruso.
Y a los intrusos les rompían la cabeza.
- Perdonadnos – dijo el hombre -. Desconocemos vuestro nombre. Yo me llamo Andrew Simpson Smith.
Extraño nombre en una extraña situación, pensó Tally.
- Y yo Tally Youngblood.
- Young Blood…es decir, sangre joven – puntualizó el hombre, ya un poco más alegre -. ¿Así que sois un dios joven?
- Pues sí, supongo que sí. Solo tengo dieciséis años.
Andrew Simpson Smith cerró los ojos, visiblemente aliviado. Tally dedujo que él tampoco debía ser tan mayor. La arrogancia con la que le había hablado al principio parecía abandonarle en los momentos de confusión, y su rostro apenas revelaba indicios de barba. Salvo por las arrugas y unas cuantas marcas de viruela, su cara podía ser la de un imperfecto más o menos de la edad de David, de unos dieciocho años.
- ¿Eres…el que manda aquí? – preguntó Tally.
- No. Es el cacique – respondió el hombre, señalando al cazador gordinflón con la nariz hinchada y la rodilla ensangrentada, al que Tally había tirado al suelo durante la persecución. El que había estado a punto de destrozarle la cabeza con el garrote. Genial -. Yo soy el sacerdote – prosiguió Andrew -. Mi padre me enseñó la lengua de los dioses.
- Pues hablas muy bien.
Andrew sonrió, mostrando sus dientes torcidos.
- Esto…gracias – respondió, echándose a reír; de repente una mirada casi maliciosa alteró su semblante -. Habéis caído, ¿verdad?
Tally se cogió la muñeca lesionada.
- Sí, durante la persecución.
- ¡Del cielo! – Andrew miró a su alrededor con un gesto de desconcierto efectista, extendiendo las manos vacías -. No vais en aerovehículo. ¡Así que debéis de haber caído!
¿Aerovehículo?, se dijo Tally. Qué interesante.
- Ahí me has pillado- le respondió, encogiéndose de hombros -. La verdad es que sí he caído del cielo.
- ¡Ah! – Andrew suspiró aliviado, como si el mundo comenzara a tener sentido de nuevo. Entonces pronunció unas palabras dirigidas a la multitud, que respondieron con murmullos de comprensión.
Tally comenzó a sentirse ya más relajada. Todos ellos parecían mucho más contentos ahora que su presencia en la tierra tenía una explicación perfectamente racional. La idea de que hubiera caído del cielo entraba dentro de su lógica. Y era de esperar que los dioses jóvenes estuvieran sujetos a normas de conducta distintas.
Detrás de Andrew Simpson Smith, el fuego cobró vida con un chisporroteo. Tally olió a comida y oyó el graznido inconfundible de un pollo al que apresaban para matarlo. Por lo visto, la visita de una divinidad era una excusa lo bastante buena para celebrar un festín a medianoche.
El sacerdote señaló el fuego con el brazo extendido, y la multitud volvió a separarse para abrir paso hacia la hoguera.
- ¿Nos contaréis la historia de vuestra caída? Yo me encargaré de traducir vuestras palabras.
Tally suspiró. Estaba agotada, perpleja y lesionada; seguía notando un dolor punzante en la muñeca. Lo único que quería era echarse a dormir hecha un ovillo. Pero el calor y la alegría del fuego la llamaban después de haber acabado calada hasta los huesos bajo la cascada, y le costaba resistirse a la expresión de Andrew.
No podía desilusionar a un pueblo entero. Allí no había pantallas murales, informativos ni servicios vía satélite, y los equipos de fútbol que estaban de gira eran sin duda pocos y se hallaban alejados unos de otros. Eso hacía que las historias fueran algo valioso, como ocurría en el Humo, y probablemente no sería muy frecuente que un desconocido cayera del cielo.
- Está bien – dijo -. Una historia, pero luego me iré a dormir.
El pueblo entero se reunió en torno al fuego.
De los largos pinchos colocados sobre las llamas llegaba el aroma a pollo asado, y entre las brasas había ollas de barro donde hervía algo blanco que olía a levadura. Los hombres, sentados en primera fila, comían ruidosamente y se limpiaban las manos grasientas en las barbas hasta que estas relucían a la luz de la lumbre. Las mujeres se ocupaban de la comida, mientras los niños más pequeños correteaban bajo sus pies y los más mayores alimentaban el fuego con ramas que cogían en medio de la oscuridad. Pero cuando se dio la señal de que Tally iba a hablar, todo el mundo dejó lo que estaba haciendo para prestarle atención.
Tal vez fuera porque estaban compartiendo una comida con ella, o porque los dioses jóvenes no resultaban tan intimidantes, pero el caso era que muchos de los aldeanos se atrevían ahora a llamar su atención, llegando alguno de ellos a contemplar su hermosa cara sin escrúpulos mientras esperaban a que iniciara su relato.
Andrew Simpson Smith estaba sentado a su lado, orgulloso y preparado para traducir sus palabras.
Tally se aclaró la voz, preguntándose cómo podría explicar su periplo hasta allí de un modo inteligible para aquella gente. Al parecer, sabían lo que eran los aerovehículos y los perfectos, pero ¿sabrían de la existencia de los especiales? ¿Y de la operación? ¿Y de los rebeldes? ¿Y del Humo?
¿Y de la diferencia entre chispeante y falso?
Tally dudó que su historia tuviera algún sentido para ellos.
Volvió a aclararse la voz y bajó la vista al suelo para evitar sus miradas expectantes. Se notaba cansada, casi con mente de perfecta después de ver su sueño interrumpido en mitad de la noche. El viaje entero desde la ciudad hasta aquel rincón del bosque junto al fuego le parecía casi un sueño.
Un sueño. Tally sonrió ante la idea, y poco a poco las palabras comenzaron a abrirse paso hasta sus labios para dar forma a una historia.
- Érase una vez una diosa joven y hermosa – dijo Tally, y esperó que sus palabras fueran traducidas a la lengua de los aldeanos. Las extrañas sílabas que surgieron de la boca de Andrew hicieron de aquel paraje iluminado a la luz de la lumbre un lugar aún más irreal, hasta que el relato fue fluyendo de su interior sin esfuerzo alguno -. La diosa vivía en una torre alta que se erigía en el cielo. En la torre tenía todas las comodidades que necesitaba, pero no había forma de salir al mundo exterior. Y un día la joven diosa decidió que tenía cosas mejores que hacer que mirarse al espejo…

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