PERFECCIÓN // Capítulo 27

Transcripto por Isabel

Capítulo 27: Venganza



Tally se despertó rodeada de olores y sonidos desconocidos: sudor y aliento matutino, un suave coro de ronquidos y resoplidos y el calor pesado y húmedo de un reducido espacio lleno de gente.

Al moverse en la oscuridad, provocó una sucesión de movimientos en cadena a su alrededor y los cuerpos entrelazados fueron cambiando de posición para acomodarse unos a otros. El calor reconfortante que se había creado bajo las mantas de piel invadia sus sentidos. Se sentía casi como en un sueño de perfecta, salvo por el olor insoportable a humano sin lavar y el hecho de que tenía que hacer pis.

Abrió los ojos. La luz se filtraba por la chimeneas, que no era más que un agujero en el tejado por donde salía el humo. A juzgar por el ángulo del sol, debía de ser media mañana; nadie se había levantado todavía. No era de extrañar, ya que el festín se había prolongado hasta el amanecer. Las historias se sucedieron cuando Tally terminó de contar la suya, pues todo el mundo quería ver si su relato conseguía mantener despierta a la diosa adormilada, de modo que Andrew Simpson Smith se vio obligado a traducir infatigablemente durante toda la noche.

Cuando por fin dejaron que se fuera a la cama, descubrió que la “cama” era en realidad un concepto ajeno al estilo de vida de aquella gente. Tally había acabado compartiendo una choza con veinte personas más. Por lo visto, en aquel pueblo, la forma de entrar en calor por las noches de invierno pasaba por dormir amontonados y todos tapados con mantas de piel. Le había parecido raro, pero no lo suficiente para mantenerla despierta un solo minuto más.

Por la mañana amaneció rodeada de cuerpos inconscientes, mas o menos vestidos y enredados entre ellos, con pieles de animal por medio. Pero el contacto ocasional entre ellos parecía tener muy poco de sexual. Simplemente era una manera de mantener el calor, como una camada de gatitos hechos una piña.

Al intentar incorporarse, vio que la rodeaba un brazo. Se trataba de Andrew Simpson Smith, que roncaba suavemente con la boca medio abierta. Tally apartó su cuerpo y el hombre se volvió sin despertarse, pasando el brazo por encima del anciano que dormia profundamente al otro lado.

A medida que se movía en medio de la penumbra, Tally comenzó a notar que el ambiente de la choza abarrotada la mareaba. Sabía que aquella gente no había inventado los aerovehículos, las pantallas murales ni los váteres con cisterna, probablemente ni siquiera los utensilios de metal, pero nunca se le hubiera ocurrido que hubiera alguien en alguna parte que no hubiera inventado la privacidad.

Se abrió paso entre los bultos inconscientes, tropezando con brazos, piernas y a saber con qué más hasta llegar a la puerta. Una vez allí, se agachó para salir agradecida al exterior, donde lucía el sol y corría aire fresco.

Al notar el frío helado en la cara y los brazos desnudos, se le puso la piel de gallina, y cada vez que respiraba le entraba hielo en los pulmones. Tally vio que se había dejado el abrigo en la choza, pero se limitó a abrazarse a si misma, prefiriendo tiritar a tener que pasar de nuevo por encima de todos aquellos cuerpos dormidos. En medio del frío notó el dolor punzante de la muñeca que se había torcido la noche anterior y agujetas en todo el cuerpo después de caminar todo el día por el bosque. Tal vez el calor humano de la choza no estuviera tan mal, pero lo primero era lo primero.

Para dar con la letrina solo tuvo que dejarse guiar por su olfato. Se trataba de una mera zanja, y el insoportable hedor que emanaba de ella hizo que Tally se alegrara por primera vez de haber huido en invierno. ¿Cómo podría vivir la gente allí en verano?

Tally ya se había visto antes en n baño al aire libre, pero en el Humo trataban los excrementos con el uso de unos simples nanos autopropagadores que sacaban de las plantas de reciclaje de la ciudad. Los nanos descomponían las aguas residuales y las reconducían directamente a la tierra, donde servían de abono para producir los mejores tomates que Tally había probado en su vida. Y lo más importante era que evitaban el hedor de las letrinas. Casi todos los habitantes del Humo habían nacido en ciudades; por mucho que amaran la naturaleza, eran el producto de una civilización tecnológica, y no les gustaban los malos olores.

Sin embargo, en aquel poblado era una historia totalmente distinta: allí vivian como los míticos preoxidados que habían existido antes de la era de la alta tecnología. ¿De qué tipo de cultura descendería aquella gente? En el colegio les enseñaban que los oxidados habían incorporado a todo el mundo en su esquema económico, destruyendo cualquier otra forma de vida... y aunque nunca se lo habían dicho, Tally sabía que los especiales hacían practicamente lo mismo. Así pues, ¿de dónde habrían salido? ¿Habrían retomado aquel estilo de vida después de que la civilización de los oxidados se desplomara? ¿Y porqué los habrían dejado en paz los especiales?

Fueran cuales fueran las respuestas a aquellas preguntas, Tally se dio cuenta de que no podía utilizar la zanja como letrina... era demasiado urbanita para ello. Así pues, se alejó hacia el bosque. Aunque sabía que en el Humo no lo habrían visto con buens ojos, confiaba en que allí los dioses jóvenes gozaran de dispensas especiales.

Cuando Tally saludo con la mano a un par de centinelas que hacían guardia a la salida del poblado, los hombres le devolvieron el saludo con la cabeza un tanto nerviosos, evitando su mirada y escondiendo con torpeza los garrotes a su espalda. Los cazadores seguían recelando de ella, como si se preguntaran por qué no se habían visto aún en apuros por intentar romperle la cabeza.

Tras adentrarse tan solo unos metros en el bosque, el poblado desapareció de su vista, pero Tally no temió perderse. Las ráfagas de viento seguían llevando hasta allí el hedor procedente de la zanja con intensidad asombrosa, y aún estaba lo bastante cerca para que los guardias oyeran sus gritos en caso de que acabara totalmente desorientada.

El sol radiante estaba derritiendo la escarcha de la noche, que caía en una neblina constante. El bosque emitía sonidos suaves y cambiantes, como la antigua casa de sus padres cuando se quedaba vacía. Las sombras de las hojas rompían la silueta de los árboles, haciendo que las formas se vieran poco definidas y que Tally percibiera por el rabillo del ojo que algo se movía a su alrededor con cada ráfaga de viento. Al igual que le había ocurrido el día anterior, tuvo la sensación de que la observaban y, buscando un rincón apropiado, se apresuró a hacer pis.

Pero, al acabar no quiso regresar enseguida. No tenía sentido dejarse llevar por la imaginación. Unos instantes de intimidad eran un lujo en aquel lugar. Se preguntó cómo se lo montarían loa amantes cuando quisieran verse a solas, y si algo podría mantenerse en secreto durante mucho tiempo en aquel poblado.

En el último mes se había acostumbrado a no pasar casi ni un minuto separada de Zane. En aquel momento notó su ausencia; echaba de menos el calor de su cuerpo junto al suyo. Pero compartir una choza que servía de dormitorio con una veintena de desconocidos era una extraña q inesperada forma de sustituirlo.

Tally sintió de repente los nervios a flor de piel, y se quedó paralizada. Su visión periférica había advertido que algo se movía, algo que no formaba parte del juego natural que propiciaba la luz del sol con las hojas y el viento. Escudriñó el bosque con la mirada.

Una risa se propagó entre los árboles.

Se trataba de Andrew Simpson Smith, que se abrió camino entre la maleza con una enorme sonrisa en la cara.

-¿Me estabas espiando? –preguntó Tally.

-¿Espiando? –repitió Andrew como si nunca hubiera oído aquella palabra, lo que hizo que Tally se preguntara si en un lugar con tan poco privacidad se le habría ocurrido a alguien inventar un concepto como el de espiar-. Me he despertado cuando os habéis ido de la choza, Young Blood. He pensado que quizá podría veros...

Tally arqueó una ceja.

-¿Verme qué?

-Volar –respondió Andrew avergonzado.

Tally no pudo menos que reír. La noche anterior no había habido manera de que Andrew comprendiera lo que significaba volar en aerotabla, por mucho que ella se afanara en hacérselo entender. Tally les explicó que los dioses jóvenes no solían utilizar aerovehículos, pero la idea de que existían distintos tipos de aparatos voladores parecía ofuscarlo.

A Andrew le dolió que Tally se riera de él. Tal vez pensara que ella quería ocultarle sus poderes especiales para hacerle rabiar.

-Perdona, Andrew. Pero, como ya te dije anoche, no puedo volar.

-Pero en vuestra historia contasteis que ibais a reuniros con vuestros amigos.

-Así es. Pero, como ya os expliqué, mi tabla acabó destrozada. Y en el fondo del río. Me temo que no me queda más remedio que seguir mi camino a pie.

Por un momento, Andrew pareció confundido, asombrado quizá de que los artilugios divinos pudieran romperse. Pero de repente sonrió abiertamente, dejando ver una mella que le confería un aspecto de niño pequeño.

-En ese caso os ayudaré. Iremos hasta allí juntos.

-¿En serio?

Andrew asintió.

-Los Smith somos sacerdotes. Soy un siervo de los dioses, como lo era mi padre.

Su voz se volvió monótona al pronunciar las últimas palabras. Tally se maraviló de nuevo de lo fácil que era leer la mente de Andrew por la expresión de su rostro. Todos los aldeanos parecía llevar escritas sus emociones en la cara, como si no se les ocurrienra tener más intimidad a la hora de pensar de la que tenían a la hora de dormir. Tally se preguntó si alguna vez se mentirían entre ellos.

Era evidente que algún perfecto sí les había mentido en algún momento. Perfectos que se hacían pasar por dioses.

-¿Cuándo murió tu padre? No hace mucho tiempo, ¿verdad?

Andrew la miró estupefacto, como si ella le hubiera leído la mente por arte de magia.

-Hace solo un mes, justo antes de la noche más larga.

Tally se preguntó que sería la noche más larga, pero no quiso interrumpirle.

-Él y yo íbamos en busca de ruinas. A los dioses mayores les gusta que busquemos lugares viejos y oxidados para después estudiarlos. En aquella ocasión nos encontramos con unos intrusos.

-¿Intrusos?¿Como lo que os parecí yo al principio?

-Sí. Pero no era ningún dios joven. Se trataba de una partida de asalto; iban a matar. Nosotros los vimos primero, pero los perros nos olieron. Y mi padre era mayor. Había llegado a los cuarenta –dijo Andrew con orgullo.

Tally dejó escapar poco a poco el aire de sus pulmones. Sus familiares mayores, ocho en total, aún vivían, y todos ellos pasaban de los cien años.

-Se le habían debilitado los huesos. –Andrew bajó la voz hasta adoptar un tono casi susurrante-. Iba corriendo por un arroyo y se torció un tobillo. Tuve que dejarlo atrás.

Tally tragó saliva y se mareó al pensar que alguien pudiera morir por un tobillo torcido.

-Vaya, lo siento.

-Antes de que lo dejara allí, me dio su cuchillo. –Andrew se lo sacó del cinturó, y tally pudo verlo con más detenimiento que la noche anterior. Se trataba de un cuchillo de cocina desechable con una hoja mellada-. Y ahora soy yo el sacerdote.

Tally asintió lentamente. La imagen de aquel cuchillo barato en la mano del hombre le recordó como había estado a punto de acabar el primer encuentro que había tenido con aquella gente. Por poco no había corrido la misma suerte que el padre de Andrew.

-Pero ¿por qué?

-¿Que por qué? Pues porque yo era su hijo.

-No, no me refiero a eso –repusó tally-. ¿Po qué querían esos intrusos matar a tu padre? ¿O a quien fuera?

Andrew frunció el ceño, como si le extrañara la pregunta.

-Les tocaba a ellos

-¿Qué les tocaba?

Andrew se encogió de hombros.

-Nosotros habíamos matado en verano. Les tocaba vengarse a ellos.

-¿A quién habíais matado... a uno de ellos?

-Era nuestra venganza, por el muerto de principios de primavera. –Andrew sonrió con frialdad-. Yo estuve en la partida de asalto.

-¿De modo que es por venganza? Pero ¿cuándo empezó todo esto?

-¿Que cuándo empezó? –Andrew se quedó mirando la cara de la hoja del cuchillo, como si tratara de ver algo en el reflejo del metal sin brillo-. Siempre ha sido así. Son intrusos. –Y, sonriendo, añadió-: Ayer me alegré de ver quevolvían a csa con vos, y no con un muerto. Eso quiere decir que todavía nos toca a nosotros, y que aún tengo la oportunidad de estar presente en la venganza de mi padre.

Tally se quedó sin palabras. En cuestión de segundos, Andrew Simpson Smith había pasado de ser un hijo apenado por la muerte de su padre a convertirse en una especie de.. salvaje. Incluso habían palidecido sus dedos, pues tenían agarrado el cuchillo con tanta fuerza que no le circulaba la sangre por ellos.

Apartando la vista del arma, sacudió la cabeza. No era justo pensar en él como un primitivo. Lo que Andrew estaba explicando era tan viejo como la propia civilización. En el colegio les habían hablado de aquel tipo de enemistad mortal entre semejantes. Y los oxidados habían sido peor, llegando a originar guerras masivas y a crear tecnologías cada vez más mortíferas hasta el punto de destruir casi el mundo.

Con todo, Tally no podía olvidar lo distinta que era aquella gente de cualquiera que hubiera conocido en su vida. Se obligó a observar la expresión adusta de Andrew, con aquel extraño placer que le producía sostener el cuchillo en su mano.

Y entonces recordó las palabras de la dostora Cable. “ La humanidad es un cancer, y nosotros somo las cura.” Las ciudades habían sido construidas para acabar con la violencia, y la operación buscaba entre otras cosas eliminarla del cerebro de los perfectos. El mundo entero en el que se había criado Tally era un cortafuegos contra aquel ciclo atroz. Pero allí tenía la especie en estado natural, justo delante de ella. Al huir de la ciudad quizá fuera aquello lo que Tally perseguía.

A menos que la doctora Cable se equivocara, y hubiera otra forma de vida.

Andrew levantó la vista del cuchillo y lo envainó. Luego miró a Tally, extendiendo las manos vacías.

-pero no hoy. Hoy os ayudaré a buscar a vuestros amigos. –De repente se echó a reír con una amplia sonrisa que iluminó su rostro.

Tally espiró despacio, tentada por un moento de rechazar su ayuda. Pero no tenía a nadie más a quien acudir, y los bosques que la separaban de las Ruinas Oxidadas estaban llenos de sendas ocultas y peligros naturales, y probablemente de unos cuantos humanos que podrían tomarla por una “intrusa”. Aun en el caso de que no la persiguiera ninguna partida de asalto sanguinaria, el mero hecho de otrcerse el tobillo en medio de la selva en pleno invierno podía resultar fatídico.

Necesitaba a Andrew Simpson Smith, era así de sencillo. Además, él se había pasado la vida preparándose para ayudar a gente como ella. A dioses.

-Está bien, Andrew. Pero tenemos que salir hoy mismo Tengo prisa.

-Por supuestro. Saldremos hoy mismo. –Andrew acarició la barba incipiente-. ¿Y esas ruinas donde os esperan vuestros amigos... dónde están?

Tally miró un instante hacia el sol, que aún estaba lo bastante bajo para indicar el punto del horizonte correspondiente al este. Tras tomarse unos momentos para hacer sus calculos, señaló hacia el noroeste, en dirección a la ciudad y a las Ruinas Oxidadas que se extendían más allá.

-A una semana de camino en aquella dirección.

-¿Una semana?

-Eso significa siete días.

-Ya lo sé, conozco el calendario de los dioses –respondió Andre malhumorado-. Pero ¿una semana entera?

-Sí. No está tan lejos, ¿no? –Los cazadores se habían mostrado infatigables en el trayecto de vuelta al poblado la noche anteior.

Andrew sacudió la cabeza con una expresión de sobrecogimiento en su rostro.

-Pero eso está más allá del fin del mundo.

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