Twice Bitten- Capítulo 5

CAPÍTULO CINCO: SALIDA DE MUCHACHOS

“Qué te pondrías si jugaras a la seguridad para los alfa de los cambiaformas?”

Me paré en bata frente a mi armario abierto, pero miré hacia atrás, a Lindsey, que estaba sentada de piernas cruzadas sobre mi cama con una bolsa de bastoncillos de licor de fresa en su regazo.

“Nada en lo absoluto?” dijo con una sonrisa.

“Llevaré ropa.”

“Aguafiestas. Pero si vas a jugar a la mojigata, bien podrías interpretar una mojigata sexy. Acaso no dijiste que Gabriel mencionó cuero?”

Dejando el mordaz comentario de lado, ella tenía razón. Después de todo, sí era propietaria de un extremadamente sexy conjunto de cuero negro que había sido un regalo de Mallory y Catcher para mi vigésimo octavo cumpleaños – pantalones ceñidos, corsé a modo de bandeau, y una ajustada chaqueta estilo motociclista. Era un equipo fabuloso, pero era demasiado al estilo portada de libros de Fantasía Urbana.

“Vampiros en cuero son tan cliché,” dije.

“No estoy en desacuerdo contigo, pero los cambiaformas lo apreciarían. Ellos se vuelven locos por el cuero.”

“Seeh, tuve esa sensación.” Sin embargo esa cantidad de cuero – y esa pequeña cobertura del torso – no eran mi conjunto de batalla ideal, de modo que revolví entre algunas musculosas, en búsqueda de algo que pudiera reemplazar el sujetador tipo bandeau. Por otro lado, pantalones de cuero y una camiseta sin mangas se parecía un poco demasiado a Linda Hamilton.

“Tal vez un intermedio,” murmuré, extrayendo la chaqueta de cuero de su percha de madera. La coloqué sobre la cama junto a mis pantalones de traje de Cadogan y un simple top negro, luego retrocedí un paso para echar un vistazo.

La chaqueta le añadía un claro elemento de ‘patea-traseros’ a los angostos pantalones y el top. El conjunto aún era estrictamente de negocios, pero de la clase de negocios que prometen repercusiones si el acuerdo no prosperaba. Con una katana rojo sangre a mi cintura, y un medallón dorado de Cadogan alrededor de mi cuello, puede que fuera capaz hacerlo funcionar.

“Bueno,” dijo Lindsey, “ésa es una Merit a la que podría respaldar. Pruébatelo.”

Cuando estuve vestida, tomé una banda elástica negra de la parte superior de mi cómoda y sujeté mi cabello en una coleta. Dado que estaría con Ethan, omití colocar mi localizador de Cadogan, pero deslicé mi teléfono celular en uno de los bolsillos de mi chaqueta y cogí mi katana.

Con el equipo armado, me giré para que Lindsey pudiera echar un vistazo. Ella asintió y se paró. “Sólo una pregunta – puedes hacer funcionar ese atuendo? Puedes adueñártelo?”

Miré hacia atrás al espejo, inmersa en el cuero y la espada, y sonreí. “Pues sí. Creo que puedo.”





Me encontré con Ethan en el sótano junto a la puerta que conducía al estacionamiento subterráneo. Había, de hecho, bajado las escaleras pavoneándome, lista para dejar perplejo al Sr Halagos.

Como si la suerte lo hubiese querido, fui yo la sorprendida, porque no había sido la única en repensar mi conjunto: aparentemente Ethan tomó la instrucción de Gabriel de ‘nada de Armani’ al pie de la letra. Había bajado en jeans. Jeans de forma perfecta que se ajustaban en su cadera, y luego caían para cubrir las botas oscuras. Los había combinado con una ceñida camiseta gris que estaba prácticamente moldeada en su torso. Su cabellera dorada estaba suelta, enmarcando sus marcados pómulos y sus matadores ojos verdes.

Soy lo suficientemente fuerte como para admitirlo – me le quedé mirando.

Ethan me dió un lento escrutinio a ceja alzada, masculina gratificación en sus ojos. Cuando finalmente asintió, asumí que había pasado el examen.

“Estás usando vaqueros.”

Miró por encima mío con expresión divertida, luego presionó los números en el teclado de junto a la puerta del estacionamiento. El lustroso Mercedes convertible negro de Ethan y otros pocos vehículos propiedad de vampiros de alto rango (ej. no novatos como yo) estaban aparcados dentro.

“Soy capaz de vestirme como la ocasión lo requiere.”

“Aparentemente.” Murmuré, con irritación en mi voz. Esa era una emoción infantil, seguro, pero no se suponía que el hombre luciera mejor que yo. Se suponía que él fuera el que estuviese impresionado por mi radiante nuevo estilo.

No que me importara lo que él pensara, me mentí a mi misma.

Ethan hizo sonar su sistema de seguridad, luego abrió la puerta del acompañante para mí.

“Muy amable,” dije mientras me subía al interior, acomodando mi katana dentro de la pequeña coupé.

“Tengo mis momentos,” respondió, su mirada sobre el garaje a su alrededor, luego cerró la puerta tras de mí.

Cuando él estuvo igualmente instalado, condujimos por la rampa hasta el portón de seguridad, el cual se levantó ante nuestro acercamiento, y salimos hacia la oscura noche veraniega, pasando como un rayo al puñado de paparazzi que estaban parados en la esquina del terreno, con las cámaras listas. Dado que éramos un grupo de cautivos – cerca de un tercio de los vampiros en la Casa retornando a dormir antes de cada amanecer – ellos aún no se habían molestado en seguirnos por ahí cuando dejábamos Hyde Park.
“A dónde estamos yendo exactamente?”

“A un bar llamado Pequeña Colorada,” dijo Ethan. “Un lugar en medio de la localidad Ucraniana.” Indicó con la cabeza hacia el panel del GPS ubicado en la consola. Ya estaba trazando nuestro camino hacia el barrio, el cual estaba en un trozo de Chicago conocido como West Town.
“Pequeña Colorada,” repetí. “Qué quiere decir?”

“Presumo, es una referencia a Caperucita Roja.”

“Así que los cambiaformas son lobos? Jeff dijo que su forma tenía algo que ver con su poder.”

“No todos son lobos. Cada cambiaformas se transforma en un animal, y ese animal viene de familia.”

“De modo que si uno de los Breck fuera un tejón, todos los Breck serían tejones?”

Ethan rió disimuladamente. “Teniendo en cuenta nuestras experiencias con Nick Breckenridge hasta el momento, estaría feliz de saber que era un tejón.”

Nick había sido un participante involuntario en el esquema de chantaje de Peter. Y en el proceso, él se había transformado del ex novio de esta servidora a un gruñón dolor en el trasero. ‘Tejón’ parecía enteramente apropiado. “Estoy de acuerdo.”

“Desafortunadamente,” dijo Ethan, “las familias generalmente no publicitan sus respectivos animales. Así que si no se está en muy, muy buenos términos con un cambiaformas, la única forma de que una persona ajena sepa el animal es verlo cambiar. Dicho eso, uno presumiría que cuanto más poderosos son los miembros de la Manada – Apex y similares – son predadores. Más grandes, más malos, más feroces que el resto.”

“De modo que, lobos u osos grises o algo similar, en lugar de comadrejas menores.”

“Comadrejas menores?”

“Son reales,” confirmé. “Ví una en un centro natural una vez. Diminutos animalitos. Así que Gabriel – qué sabemos de él?”

“La familia Keene – el padre de Gabriel, tío abuelo, abuelo, etc – han dirigido la Manada Central Norteamericana por siglos. Tenemos información independiente de que son lobos.”

“Independiente? Acaso eso vino de tu secreta fuente vampira?” Mi abuelo tenía representantes de los tres grupos sobrenaturales entre sus empleados – Catcher para los hechiceros, Jeff por los cambiaformas, y un tercero, una fuente vampira secreta que mantenía su bajo perfil a fin de evitar molestar a su Maestro. A pesar de ese anonimato, mi abuelo en ocasiones compartía con Ethan la información que recibía.

Se me había ocurrido que Malik, el segundo al mando de Ethan, podría ser el anónimo vampiro. Malik conocía todo lo que sucedía en la Casa, pero usualmente se lo reservaba para sí mismo. Él era intenso, pero parecía estar del lado de la verdad y la justicia. Proveer información secreta, pero crucial, a la oficina del Defensor del Pueblo, información utilizada en última instancia, para mantener la paz entre los sobrenaturales de Chicago, parecía justo a su medida.

“Independiente,” dijo Ethan, “en referencia a que no vino de un vampiro. Supongo que te estamos tirando a los lobos,” añadió luego de un momento, “aunque no eres exactamente del tipo que se va paseando por el bosque, canastilla en mano, a la casa de la abuelita.”

“No,” estuve de acuerdo, “no lo soy. Pero soy del tipo que toma el Volvo para ir a la oficina de mi abuelo, con una cubeta de pollo en mano.”

“Suena como un buen paseo.”

“Lo era. Ya sabes que amo la comida. Y a mi abuelo. Pero no necesariamente en ese orden.”

El tráfico no estaba mal mientras nos movíamos al norte, pero aún así nos tomó veinte minutos llegar a West Town. Ethan se puso cómodo para el viaje – un brazo apoyado sobre la puerta, el otro sobre el volante a las tres en punto.

Eventualmente, salimos de la I-95 y entramos al barrio, luego dimos un par de vueltas más hacia una calle comercial con edificios de ladrillo que probablemente hayan tenido sus buenos días en los ‘60. Ahora se posaban ampliamente desiertos a excepción de unas escasas tintorerías y pastelerías internacionales. A esta hora de la noche la calle estaba desierta de peatones….pero repleta de motos.

Las motos, supuse, eran un marcador para las Manadas. En este caso, era una hilera de rodados de aspecto retro – motocicletas bajas, curvilíneas, con mucho cromo y cuero rojo – aparcadas una al lado de la otra, cerca de una docena en total. Estaban alineadas frente a un edificio de ladrillos que se emplazaba en una esquina. Un destellante letrero circular blanco – como una luna llena en el medio de Wicker Park — portaba las palabras PEQUEÑA COLORADA en simples letras rojas.

“Debe ser eso,” dije mientras Ethan maniobraba el Mercedes en una zona de estacionamiento en paralelo calle arriba. Salimos del auto y hacia el retumbar de la música rock, que se esparcía por la calle cuando la puerta se abrió. Un hombre en cuero, de barba corta y una coleta rubio oscuro montó una de las motocicletas, encendió el motor, y se alejó.

“Un cambiaformas menos que seremos capaces de conocer,” le susurré a Ethan, quien gruñó en respuesta.

Nos pusimos nuestras katanas, y caminamos por la cuadra hacia la puerta y dentro del bar.

Las motos no eran el único indicativo de que algo diferente estaba sucediendo en el Barrio Ucraniano. Cuando llegamos a la esquina donde se ubicaba la puerta principal, en diagonal a la calle, vislumbré un trío de marcas sobre la pared de ladrillos. Me detuve y observé más en detalle, entonces llevé las puntas de mis dedos a la pared. Eran marcas limpias, alongadas, uniformemente espaciadas, y profundamente metidas entre los ladrillos y la argamasa. Éstas no eran marcas de gubias, me dí cuenta. Eran marcas de garras.

“Ethan,” dije, luego hice señas hacia los arañazos.

“Es una señal,” explicó. “De que este es un sitio de la Manada.”

Y aquí estábamos, vampiros entrando en su guarida.

Pero dado que estábamos aquí, y no había nada que hacer más que hacerlo, tomé la iniciativa y abrí la puerta.

El bar era una habitación estrecha – un puñado de mesas frente a un gran ventanal, una larga barra de madera recorriendo al otro lado. La música de alto dinamismo estaba lo suficientemente fuerte como para dejar hematomas en mis tímpanos, y dí un respingo ante el retumbe. El sonido se desbordaba desde una rocola en una esquina, esa máquina, la única decoración que no involucraba propaganda de cervezas, whiskey, o Malört, la perversamente fuerte versión de Chicago del ajenjo.

Hombres en chaquetas de cuero con las siglas CNA en gigantescas letras bordadas en la espalda bebían en las mesas, ingeniándoselas de alguna forma para conversar por encima del rugir de la rocola. Asumí que CNA estaba puesto por la Manada Central Norteamericana.

El cabello en mi nuca se erizó. Había algo inquietante acerca del lugar, acerca del hormigueo de magia que llenaba la habitación, como si el aire en sí mismo estuviera electrificado.

Los cambiaformas levantaron la vista mientras ingresábamos, sus expresiones no eran exactamente de bienvenida. Al parecer nadie estaba demasiado entusiasta acerca de los vampiros en medio de ellos, se pararon y apartaron hacia atrás sus sillas. Mi corazón se aceleró, mi mano moviéndose hacia el mango de mi katana, pero los cambiaformas se dirigieron hacia la puerta del frente, dejándonos en el medio del bar, rock & roll aún esparciéndose a nuestro alrededor.

Ethan y yo intercambiamos miradas.

“Tal vez la comida es mala?” me pregunté en voz alta, pero ese no podía ser ese el caso. A pesar de la mala vibra, el aroma en el bar era fabuloso. Bajo la nota predominante a humo de cigarrillo había algo delicioso – estofado de carne y repollo, como si los rollos de repollo estuvieran en hervor en el cuarto trasero. Mi estómago rugió.

“Les ayudo?”

Nos giramos para enfrentar la barra. Tras ella estaba en pie una mujer corpulenta, vistiendo una camiseta que decía PEQUEÑA COLORADA y la caricatura de una chica en un tapado rojo con capucha estampado en el frente. El cabello corto, rubio teñido, de la mujer estaba enredado arriba de su cabeza, y había suspicacia en sus ojos.

Esta debía de ser Berna.
“Gabriel,” dijo Ethan por sobre la música, dando un paso a mi lado, “nos pidió que lo encontremos aquí.”

Una mano en la barra, otra sobre la cadera, la mujer señaló una puerta en cuero rojo cercana al extremo del bar. “Atrás,” ella medio gritó, luego arqueó una ceja al tiempo que me miraba por encima. “Demasiado flaca. Necesitas comer.”

Apenas tuve la oportunidad de abrir la boca para responder – la cual, dado el aroma a carne y vegetales en el lugar, habría supuesto un rotundo “si” – cuando Ethan le sonrió amablemente.

“No gracias,” gritó.

Ella dio un respingo ante la respuesta de Ethan, pero retornó a su bien laqueada barra y comenzó a limpiarla con un trapo húmedo.

Ethan se dirigió a la puerta colorada.

Hasta aquí llegó mi ilusión de rollos de repollo, pensé, pero lo seguí.

Antes de que la abriera, su mano sobre las incrustaciones de cuero, inició la conexión telepática entre nosotros. Centinela? Preguntó calladamente, verificando antes de que diéramos la zambullida final. Me sacudí la súbita, pero refrescantemente breve sensación de vértigo. Tal vez me estaba acostumbrando a la sensación.

Estoy lista, le dije y entramos.

Estaba agradecida de que la habitación estuviera más calma que el resto del bar, pero el aire estaba cargado de magia antigua. No estoy segura de que normalmente hubiese sido capaz de distinguir nueva de antigua, pero esto se sintió diferente de la magia que había sentido alrededor de vampiros o hechiceros. Era la diferencia entre el sol y la luna. Esta era magia antigua; magia terrenal; la magia del suelo húmedo y afilados relámpagos, de herbáceas planicies mecidas por el viento en días nublados; la magia del polvo y los pelajes y las guaridas con almizcle y hojas húmedas. No era desagradable, pero la mera diferencia entre este chisporroteo y la magia a la que estaba acostumbrada me inquietaba. Era a su vez exponencialmente más poderosa que el hormigueo que sentí alrededor de los pocos cambiaformas que conocí.

Cuatro hombres – cuatro cambiaformas – estaban sentados alrededor de una mesa de estilo anticuado, con patas de aluminio y tapa de vinilo. Cuatro cabezas que se alzaron cuando atravesamos la puerta, incluyendo la de Gabriel Keene. Me dio un vistazo de pies a cabeza, luego ofreció una sonrisa lenta que elevó las comisuras de su boca.

Supuse que le gustó el cuero.

Luego de observarme, Gabe viró su mirada hacia Ethan; su expresión se tornó estrictamente de negocios.

Intenté mantener mi vista en Gabriel a fin de otorgarle al resto de los alfas tiempo para checar a los vampiros que se habían metido en su territorio. Sin embargo mis ocasionales vistazos me dieron los detalles esenciales – los tres tenían todos cabello oscuro y los hombros rígidos de aquellos muchachos que no están emocionados de estar en la trastienda de un bar en el Barrio Ucraniano, con vampiros entre ellos.

Por último, Gabriel asintió y gesticuló hacia una pared que estaba vacía a excepción de un par de pequeños posters de película de económico enmarcado. Seguí a Ethan hacia allí y me paré a su lado. No estaba esperando problemas de inmediato, pero sujeté el mango de mi katana con mi mano izquierda, frotando mis dedos contra el cordel de cuero, la fricción de alguna manera reconfortante.

No tuve que esperar demasiado por la acción.

“El nombre del Juego,” dijo Gabriel, arrastrando un mazo de cartas de la mesa, “es una mano de cinco cartas.” Barajó el mazo de cartas dos veces, a continuación lo colocó de regreso sobre la mesa. El alfa a su derecha, que tenía cabello oscuro corto y una quijada cuadrangular, el resto de su rostro oculto por gafas de aviador, se inclinó hacia delante y golpeó sus nudillos sobre la cubierta.

Con movimientos tan ágiles que hubieras pensado que era un profesional, Gabriel comenzó a repartir cartas a los otros.

“Estamos aquí,” dijo, “porque, exceptuando objeciones, estamos de asamblea en dos días. Estamos aquí para discutir la ConPack (Congregatoria de las Manadas).”

El alfa a la izquierda de Gabriel, quien se encontraba todo desgarbado en su asiento, tenía una barba de escasos días sobre su cara, ojos marrones estrechos, y cabello oscuro a la altura de los hombros que estaba metido por detrás de sus orejas. Echó una mirada con suspicacia en nuestra dirección.

“Frente a estos dos?” preguntó. Le dio a Ethan un par de segundos de una sarcástica mirada, luego me dio a mí una lasciva apreciación de pies a cabeza. Un par de meses atrás, me hubiera sonrojado un poco, tal vez mirado en otra dirección, incómoda. En vista de que era un cambiaformas y, por su apariencia, un matón, probablemente debería haberlo hecho.

Pero incluso si mis habilidades en la lucha necesitaban de trabajo, aún era un vampiro, y alardear era una de las primeras lecciones que Catcher me había enseñado. Sabía cómo devolver la arrogancia que otros supernaturales lanzaban hacia mí.

Lentamente, serenamente, le arqueé una oscura ceja y elevé las comisuras de mi boca en una casi pero no del todo sonrisa. La apariencia, esperaba, fuera en partes iguales insolencia vampira y artimaña femenina. Sí él se sintió intimidado, yo no lo sabía, pero finalmente apartó la vista. Eso era lo suficientemente satisfactorio para mí. Gabriel, con su expresión indiferente, levantó su pila de cartas y las abanicó en su mano. “Tú accediste a estos arreglos, Tony, si lo recuerdas.”

Así que el matón era Tony, cabeza de la Manada del Gran Noroeste y el hombre que regía a los cambiaformas que se recluyeron en Aurora.

“Patrañas,” Tony tosió en respuesta. Él puede que fuera apuesto pero el músculo en su hombro tensaba sus rasgos de forma poco sentadora.

“Mi lugarteniente,” Tony continuó, “accedió a los arreglos porque ésa era la única manera en que podíamos tener un voto de refilón. Tú convocaste, Keene. No Robin, no Jason, no yo. Tú. En lo que a mí respecta, no lo queremos.” Se encogió de hombros. “El Mar de Bering era bello y azul cuando lo dejé. Las cosas están bien en Aurora, y estaríamos felices de mantenerlos así.”

“Es tu trabajo mantenerlas de esa manera,” dijo el tercer hombre.

Este es Jason, Ethan me dijo silenciosamente.

Jason era brutalmente apuesto – ojos verdes, cabello oscuro con sólo unas pocas ondas, pómulos asesinos, labios curvos, el más mínimo de ese dejo de acento sureño en esa amielada voz. Todo junto, era una combinación peligrosa. “Tú eres el protector del refugio.”

“Y ese es exactamente mi punto,” Tony masculló, tirando un par de cartas sobre la mesa con un movimiento de su muñeca. “Soy el protector del refugio. Y cuando llegue el momento de retirarse a ese refugio, lo haremos. No convenimos de ‘discutirlo’. Estas son estratégicas patrañas políticas.” Miró por encima a Ethan. “Pura mierda vampírica. Con todo respeto, vampiro.”

“Lo mismo digo”, dijo Ethan, con una sorprendente cantidad de veneno en su voz. Reprimí una sonrisa de orgullo; parecía que él estaba adoptando algo de mi sarcasmo.

“Las cosas en Chicago -” comenzó Gabriel, pero fue interrumpido por Tony, quien extendió una mano.

“Las cosas en Chicago no nos conciernen,” dijo Tony. “No hay ninguna Manada en Chicago, y hay una condenadamente buena razón para ello. Chicago no es una ciudad de cambiaformas.”

La animosidad de Tony cargó el aire de la habitación, esa chispa de magia ahora lo suficientemente fuerte como para erizar el vello de mis brazos. Me retorcí incómoda, mis pulmones tensos mientras la presión en la habitación cambiaba, un efecto colateral mágico de la creciente tensión de los cambiaformas.

“Chicago es una ciudad de poder,” dijo Gabriel calmadamente, lanzando una carta sobre la mesa, retirando una nueva de la pila restante, y añadiendo ésa al manojo de cartas en su mano.

Al menos, eso fue todo lo que le vi hacer, pero aquellos simples movimientos cortaron a través de la magia en el aire. Tomé una bocanada de aire, el peso elevándose de mi pecho. Apex, sin lugar a dudas.

“Y el que no tengamos presencia oficial aquí,” Gabe continuó, “no significa que no seamos afectados. Los vampiros están fuera. Están en el ojo público, para bien o para mal, y no podemos esperar que los humanos vayan a estar satisfechos con la noción de que los desangradores sean los únicos sobrenaturales en el mundo.”

“Así que esa es tu posición?” preguntó Jason. “Nos estás trayendo aquí para, qué, convencernos de acceder de anunciarnos nosotros mismos?” sacudió su cabeza. “No haré eso. Los vampiros salieron del clóset, y obtuvieron revueltas y audiencias en el Congreso. Nosotros salimos, y qué obtendremos?”

“Obtendremos que experimenten con nosotros,” dijo el cuarto y último cambiaforma, quien debía de ser Robin, cabeza de la Manada del Oeste. Él era el de las gafas oscuras. “Nos encarcelarán en unidades militares, embarcados a sólo Dios sabe dónde para así oficiales del Comando Estratégico (StratCom) puedan descifrar cómo usarnos como armas.”

Alzó una mano y se levantó las gafas; casi me sobresalté ante la visión de sus ojos – celestes lechosos, con la mirada perdida en nuestra dirección. ¿Era ciego?

“No gracias,” dijo calmadamente, luego bajó sus gafas nuevamente. “No cuenten conmigo, ni cuenten con el resto de a Manada del Occidental. No estamos interesados.”

“Aprecio el hecho de que hayas adivinado mis intenciones y estés listo para votar,” dijo Gabriel con sequedad. “Pero ésta no es una convocatoria, y no he ofrecido una resolución, así que mantengamos nuestras predicciones del futuro para sí mismos, les parece?”

Hubo gruñidos en la mesa, pero ninguna objeción directa.

“Lo que quiero,” Gabriel continuó, “es plantear el interrogante y consultar a las manadas. Esa es mi agenda. Nos quedamos y hacemos frente a la oleada que se avecina?” elevó la vista y alzó su mirada hacia Ethan. Los dos se miraron el uno al otro y poder e ira se combinaron en la expresión de Gabriel, la ‘marejada que se avecina’ aparentemente estaba relacionada con los vampiros. “O nos vamos ahora?”

“Cuál de esas decisiones es la más segura? Preguntó Tony.

“Y cuál,” Jason interpuso, “es la más irresponsable?”

“Inestabilidad,” dijo Robin. “Muerte. Guerra. Y no entre cambiaformas. No entre las manadas. Los asuntos de los vampiros no son nuestros asuntos. Nunca lo han sido.”

Y ahí está la refriega, Ethan silenciosamente me comentó. Su falta de predisposición para dar un paso al frente.

No, su falta de predisposición para sacrificarse así mismos, a sus familias, en nombre nuestro, le corregí, pero mantuve el pensamiento para mí misma. Era una decisión que ellos habían tomado antes, durante el Segundo Exterminio. Y mientras simpatizaba con los vampiros que se había perdido, comprendía la necesidad de los cambiaformas de proteger a los suyos del caos. Se lo dejaba a los filósofos el decidir si lo que habían hecho había sido moralmente repugnante.

“La viabilidad de este mundo es asunto nuestro,” dijo Gabriel. “Las Manadas son grandes. Redes sociales. Negocios. Intereses financieros no eran un tema hace doscientos años. Pero lo son ahora.”

Tony colocó una carta sobre la mesa con un golpe decisivo, luego retiró una nueva del montón. “Y cuánta de tu nueva amistosa actitud tiene que ver con nuestros muchachos portadores de espadas de allí?” Me miró, labios curvados, odio y una espeluznante clase de lujuria en sus ojos. “La chica en particular?”

Gabriel emitió un bajo gruñido que hizo erizar el cabello de mi nuca. Sujeté mi katana con más fuerza y le miré fijo en una forma amenazadora que no tuve que fingir.

“Porque eres un invitado en esta ciudad,” dijo Gabriel, “voy a ofrecerte una oportunidad de disculparte con Merit, conmigo, y con Tonya.”

“Mis disculpas,” Tony escupió.
Gabriel hizo rodar sus ojos pero, tal vez en deferencia a la condición de Tony, lo dejó pasar. Echó un vistazo a Robin. “Infantilismos a un lado, escuché tu punto, hermano. Sólo traigo el asunto a las manadas. Ellas decidirán como les plazca”.

El cuarto quedó en silencio. Luego de un momento, Robin asintió. Jason siguió el ejemplo.

Pasó un largo, silencioso momento hasta que Tony habló nuevamente. “Cuando nos reunimos en Tucson,” dijo, “acordamos adherir a la regla de las Manadas. Dejar que la mayoría decida el destino de los otros.” Miró hacia abajo, cabizbajo, a la mesa, sacudiendo su cabeza con rudeza. “Al demonio si pensamos que la posibilidad de enviar a nuestros hijos e hijas a una Guerra iba a ser el resultado de esa decisión.”
Cuando elevó la mirada nuevamente, sus ojos se arremolinaban con algo profundo e insondable. Era la misma mítica revelación que había visto en los ojos de Gabriel cuando nos conocimos por primera vez, justo antes de hacer un críptico comentario acerca de nuestros entrelazados futuros. Era una expresión visual, de alguna manera, de una conexión a las cosas que él había visto, los lugares en que estuvo, las vidas que había conocido…y perdido. No sabía qué había visto él, o por qué su reacción fue tan fuerte. Sabía que lo que le estábamos pidiendo a los cambiaformas – Gabriel lo había explicado bastante bien la noche anterior. Y Gabriel había mencionado los rumores de humanos descontentos acerca de los colmilludos entre ellos. Pero había una diferencia bastante extensa entre quejas y violencia, y aún no habíamos llegado allí.

A pesar de la profundidad de sus emociones, o de cuán injustificados parecían sus temores hoy, él además parecía entender que los números estaban en su contra. Finalmente, se apaciguó y cedió con la cabeza.

“Entonces, nos congregaremos en dos noches,” concluyó Gabriel. “Ofreceremos una resolución de permanencia o retorno, y dejaremos que las cartas recaigan donde sea.”

La ConPack estaba en marcha, y así el juego iniciaba nuevamente.




Jugaron a las cartas por casi dos horas, dos horas prácticamente silenciosas, en las cuales sus decisiones de pedir, retirarse o subir la apuesta fueron las únicas palabras que se dijeron. Ethan y yo nos quedamos parados tras ellos, un Maestro vampiro y una guardia novata, observando cuatro cambiaformas apostar en el sórdido cuarto trasero de un bar.

“Como hemos accedido a la convocatoria,” dijo Gabriel, su mirada sobre sus cartas mientras interrumpía el silencio, “si se toma la decisión de permanecer en Chicago, puede que sea tiempo de considerar aliarnos a una de las Casas.”

Sentí la punzante alza de magia alrededor de la habitación, y no toda ella de cambiaformas. Cuando miré hacia Ethan, sus ojos estaban bien amplios, labios entreabiertos. Había esperanza en su expresión.

“Nunca ha habido una alianza entre una Manada y una Casa,” dijo Jason.

“No formalmente,” acordó Gabriel. “Pero como un colega recientemente señaló, las Casas no tenían la clase de poder económico y político que tienen ahora.”

Me enderecé un poco más, dándome cuenta de que yo era la colega a la que se estaba refiriendo.

Jason ladeó su cabeza. “Estás sugiriendo que una alianza en verdad nos beneficiaría, en oposición a simplemente beneficiar a los vampiros?”

“Estoy sugiriendo que si nos quedamos, los amigos serían invaluables. Imagino que las Casas estarían dispuestas a comprender ese tipo de noción.” Gabriel echó un vistazo a Ethan, quien estaba tratando muy muy arduamente, me dí cuenta, de no lucir demasiado exultante.

“No, estás sugiriendo que hagamos alguna clase de arreglo permanente con los vampiros.” Tony casi escupió las palabras, la magia alrededor suyo tornándose picante, avinagrada, como si su furia le cambiara el sabor.

“El mundo está cambiando,” Gabriel contrarrestó. “Si no le seguimos el ritmo, el riesgo de terminar como los pixies – criaturas de sueños, fantasías y cuentos de hadas. Nadie creyó que ellos llegarían a esa clase de conclusión, verdad? Y al final, correr de regreso al bosque no los salvó.”

“No somos malditos pixies,” Tony masculló. Al parecer harto del póker y la política vampírica, tiró sus cartas sobre la mesa, luego se paró.

Reforcé mi sujeción a la katana, pero Ethan me señaló con la cabeza para que desistiera.

“La convocatoria es una cosa,” dijo, golpeando un dedo contra la mesa para dar énfasis. La ira arremolinándose en sus ojos como una fogata recién avivada. “Pero no la voy a jugar de bueno con los vampiros – no perderé familia – porque tú te sientas culpable de algo que sucedió hace doscientos años atrás, algo en lo que ninguno de nosotros estuvo involucrado. Al diablo con eso.”

Tony golpeó ruidosamente sus manos y las lanzó hacia arriba como un crupier dejando su mesa. Luego desapareció fuera de la puerta roja de cuero, dejándola oscilando con furia tras de sí.

TRADUCIDO POR CHLOE♥

Brody  – (16 de julio de 2010, 1:12)  

aa kiero massssss esta muy bueno el libro i deneuvo graciassssssssssss aaaa i en mi blog tienes un premioo xd www.vampire-roses.blogspot.com

Isabel  – (16 de julio de 2010, 4:47)  

Muchas gracias x el capi!
Se me hixo corto xD a q stoy esperando con ansias el proximo :)
Besos!

sofia  – (16 de julio de 2010, 9:05)  

¡Me encantó!,amo el libro,gracias XD

Carmen –   – (16 de julio de 2010, 11:08)  

me encanta vuestros trabajos.
Seré paciente xD

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